Cambio de período político, afinación de las propuestas tácticas

 

Por José Manuel Vega

En octubre de 2019 asistimos a un cambio general de período político, lo que vimos refrendado en el plebiscito de octubre 2020 y, definitivamente, en las elecciones de mayo 2021. Ahora, si bien es cierto que tenemos, como sector político, algunas caracterizaciones del nuevo ciclo que comienza, aún debemos seguir pensando y trabajando en torno a afinar lecturas y proponer líneas de acción política para el mediano y largo plazo, cuidando no perder el foco estratégico que el sector de la izquierda popular impulsa históricamente.

El presente escrito es el fruto de reflexiones realizadas a lo largo de varios meses. En las páginas que siguen, con el afán de aportar al debate táctico pendiente -o abierto- de nuestro sector, sostendré que el cambio de período está marcado por el paso definitivo desde un largo momento de resistencia de las fuerzas populares a un momento de recomposición de la clase trabajadora y el pueblo. Y esto, a su vez, trae consigo tareas que la izquierda de intención revolucionaria debe saber asumir y tomar como líneas tácticas para el período entrante. Anticipo, desde ya, que las ideas acá expuestas nos obligan a repensar algunas de las formas en que estamos trabajando, hacia dónde estamos dirigiendo nuestros esfuerzos, para optimizar nuestra labor, nuestro despliegue y continuar avanzando en la senda que requiere el actual momento político.

Posiblemente, para muchos, la idea de estar recién comenzando un período de recomposición del pueblo y la clase trabajadora parezca una lectura timorata, sino pesimista, pues la masividad y la prolongación de las protestas callejeras duró meses, se reactivó fuerte al cumplir un año del estallido y continúa intermitentemente, con altos y bajos, respondiendo a coyunturas específicas, con un marco de represión y terrorismo estatal que se ha intensificado con el tiempo. Esto, ha despertado grandes esperanzas en las capas populares ya organizadas. Sin embargo, considero que no debemos tomarlo con gran triunfalismo, sino con mesura, para no sobreinterpretar la realidad. Debemos hacer balances de lo que ha pasado en todo este tiempo, sacar conclusiones y lecciones para lo que viene.

Desde el ´90, hubo un largo período postdictadura de resistencia popular que duró treinta años, y que tuvo el carácter de ser un tiempo en que el campo popular, como tradición organizativa, tuvo que replegarse y resistir el importante avance del capitalismo neoliberal, para evitar desaparecer y mantener con vida las ideas, la cultura, y la organización popular de base, siempre contestataria. Así, comienza una primera etapa de resistencia, de unos 15 años, en que se buscó el nucleamiento de las franjas de izquierda rebelde y la generación de espacios que guardaran esa tradición contestataria, como centros culturales, espacios de memoria, de derechos humanos, entre otros. Luego, desde el 2006-2007 en adelante, se dará paso a un segundo momento de resistencia popular ante el avance del neoliberalismo, que está marcado por la reivindicación de derechos sociales considerados básicos, o sea, luchas parciales contra el capital, como lo fueron el fin al lucro en la educación o el pase escolar para secundarios y secundarias en verano. Dichas disputas parciales se volvieron más frecuentes e incontenibles, donde el pueblo fue dejando aquellos espacios nucleares previos para ir conformando movimientos sociales – aún bien líquidos – desde los cuales defender ciertos derechos arrebatados, demostrando avances cuantitativos y cualitativos en el nivel de las luchas.

Hasta que, finalmente, en octubre del 2019 se produce el gran estallido de descontento social, que se prolongará sin pausas por varios meses, dando por cerrado un largo período de resistencia, y acabando, finalmente, con treinta años de movilizaciones por hitos.

Ahora bien, tres cuestiones fundamentales de mencionar, que caracterizan el cambio de período, y que se exhiben con mayor fuerza y frecuencia desde aquel mes clave en adelante, son, la escalada en el nivel de protesta popular y la irrupción del Pueblo como desestabilizador del tablero postransicional de la política chilena; la masificación de la defensa y uso de la violencia política de masas como forma política de reivindicación de demandas y derechos sociales; y la fragmentación y disputa interna del bloque en el poder, agudizando la crisis del régimen político y permitiendo profundizar la impugnación al ejecutivo, judicial, legislativo y sistema de partidos tradicionales.

Aquellas características expuestas han llevado a nuestro sector político en general, a señalar este momento como un momento de crisis del sentido común neoliberal, donde el proyecto económico neoliberal muestra claras dificultades para continuar avanzando, y el bloque en el poder no encuentra una salida ni tiene capacidad de conducción de los procesos. Añadiremos, además, que se ha abierto un nuevo ciclo movilizatorio, que supera la movilización por hitos y la sectorialidad de las protestas 2006-2018; dicho ciclo, por el momento, se percibe de movilización permanente, o de alta propensión a la movilización, y se encuentra provista de una amplia batería de demandas y consignas generales, estructurales pero desestructuradas, momentáneamente. Es un ciclo movilizatorio más amplio y contundente, mucho más transversal y agudo en el nivel de impugnación.

Luego de aquel primer momento en los noventa, de letargo general impuesto por el modelo económico y político de la dictadura y transición, la población volvió a encontrarse, las carencias pasaron de sobrellevarse individualmente, a sentirse colectivamente. Las demandas superaron lo gremial o sectorial, en manifestaciones de varios meses. Posteriormente, aquello fue refrendado durante la crisis sanitaria y económica, momento en que la incipiente organización social que se logró urdir tras el estallido construyó respuestas locales para paliar – colectivamente – los embates del coronavirus y el hambre. Y, por más pequeñas que hayan resultado esas experiencias, son ejercicios que no hubiesen existido hace un par de años. Es decir, a escalas locales, la organización popular tuvo la iniciativa y la musculatura para responder ante algunas de las expresiones de la crisis económica y sanitaria. 

Así, por tanto, si observamos la realidad de la sociedad chilena hoy, y la comparamos con las formas de socialización previas al estallido, vemos que el período que se abre tiende a un creciente reordenamiento del campo popular y sus formas de organización. Esto se da en dos sentidos: recomposición del tejido social, en nuevas formas de trato y encuentro entre los individuos; y recomposición como actor político, que deriva de lo anterior y responde a los nuevos métodos de protesta y organización que va gestando y adoptando la clase con el paso de los meses y años.

Esa lectura que veía una crisis del sentido común neoliberal antedicho queda claramente corroborado con los contundentes resultados de las elecciones de convencionalistas constituyentes. Un aplastante resultado de las fuerzas antineoliberales y, en menor medida, fuerzas anticapitalistas, les permitirán, prácticamente solos, desestructurar los pilares constitucionales del modelo económico impuesto en dictadura. Y, si bien en los futuros años puede haber avances y retrocesos, debido a erráticos o acertados movimientos de tales o cuales sectores políticos, de alzas y bajas en las movilizaciones populares, de aceleración o retroceso en confrontaciones políticas entre o al interior de las clases sociales en disputa, la brújula tiene una tendencia clara hacia la izquierda. La irrupción de fuerzas populares al interior de la izquierda también se deja ver, hoy más que ayer, y puede ser un factor clave para próximos momentos álgidos de la refriega, pensando en la deriva institucional que han ido tomando las disputas, tras los procesos abiertos con la movilización callejera de masas.    

Entonces, y con este escenario de fondo, nos aventuramos en proponer que las condiciones históricas son adecuadas, convenientes, para que los sectores populares puedan asentarse como actor político y remontar posiciones perdidas en las últimas cuatro décadas.

Ahora, si es que es cierto que pasamos de un período de resistencia a otro de recomposición del Pueblo como clase – como tejido social y actor político -, recaen en nosotros y nosotras, como sector de izquierda de intención revolucionaria, tareas trascendentales para el correcto aprovechamiento del momento histórico. Esto, pues, comprendemos que el avance en las posiciones políticas del pueblo responderá, en buena medida, a los movimientos que las capas organizadas realicen al interior del movimiento popular mismo, para direccionar y dotar de contenido el nuevo ciclo de movilizaciones, el momento constituyente, y la configuración de nuevos actores que entren en el terreno político y social, producto de la agudización de contradicciones y restructuración de conciencias que trae aparejado el nuevo período.

Construir los pies del Pueblo: lo teórico, lo orgánico y lo programático

El objetivo estratégico para el actual período político es avanzar en el proceso de reconstitución de la unidad de la clase trabajadora como sujeto histórico, y esto debe continuar siendo el principio organizador de nuestra apuesta estratégica como sector político.

La tarea general, entonces, sigue siendo construir los pies del pueblo. Pero en este nuevo período, más complejo y efervescente políticamente, las propuestas y trabajos de los militantes constructores deben variar en agudeza y profundidad.

Acá, por tanto, las directrices tácticas de trabajo de la organización para el período deben ser tres: el rearme teórico de la clase, el rearme orgánico de la clase, y el rearme programático de la clase. Estos tres aspectos avanzan en conjunto y se potencian unos a otros; por ende, no debemos dejar sin cubrir ninguna de las tres esferas.

En relación a la primera directriz táctica, el rearme teórico de la clase, es necesario precisar que, en un momento como el actual, en el que diagnosticamos la falta de un programa tras el cual se alinee la clase trabajadora y el pueblo, y la carencia – aún – de estructuras de aglutinación y organización donde reunirse y luchar en conjunto, se debe generar un esfuerzo serio y constante de educación, debate y formación de ideas. El momento actual que atravesamos en la sociedad chilena, social, cultural y políticamente, vuelven proclives a los individuos – movilizado, activos o pasivos – a recibir y absorber discursos e ideas que elaboren y materialicen críticas al sistema cuestionado.

Es aquí donde entendemos el pensamiento y las ideas como formadoras de la conciencia. Librar una batalla contrahegemónica en el plano cultural de las ideas significa hoy tomar ventaja de la crisis sistémica y cualificar discursivamente al partido, sector, la clase y al pueblo, para profundizar la crítica impugnadora y armar una narrativa anticapitalista y antipatriarcal en tiempos donde surge la necesidad imperiosa de una alternativa – político, económica, cultural – organizadora de la vida.

Una alternativa para avanzar en los esfuerzos de formación teórica es retomar la iniciativa de las escuelas populares de carácter permanente como espacio de encuentro y discusión política donde la militancia del sector, las organizaciones que son cercanas y compañeros y compañeras de izquierda en general puedan reunirse, debatir, (auto)educarse y construir ideas. Además, se debe impulsar en los distintos territorios y espacios de inserción sindical y estudiantil, escuelas y espacios sociales que permitan al pueblo acercarse al anticapitalismo, feminismo, socialismo, y los distintos desarrollos teóricos que nos guían en la praxis como revolucionarios y revolucionarias.

Esta opción de construcción significa asumir la falta de educación política del pueblo – y de nosotros y nosotras mismas – en el momento actual, y hacer propia la tarea de aportar en la reconstrucción teórica del mismo. Desde un comienzo, esto ha sido parte de las máximas de una tendencia del sector, gracias a los aportes de compañeros ejemplares, como Dante Campana; lamentablemente, es algo que no tiene toda la fuerza que debería, se ha ido borroneando en los últimos años y no debemos dejar pasar. Hoy, a la luz del actual momento político, retomar la iniciativa teórica, educativa, (auto)formativa, resulta de gran relevancia para la reconstitución del bloque popular de una manera integral, que tenga claridades estratégicas, tácticas y con capacidad de leer el momento histórico. Esto último, se torna especialmente relevante con el resultado plebiscitario y constituyente. El acalorado debate se ha acelerado, a la luz de las posiciones que lograron instalarse al interior de la convención; lejos de entramparse, el proceso abona el espacio del imaginario colectivo para sembrar ideas y construir desde aquellas. Esta es, leemos, una tarea de suma importancia en la coyuntura actual.

Luego, una segunda alternativa, una segunda tarea, para avanzar en la disputa teórico-ideológica en el campo cultural y la formación de ideas que permee en la clase trabajadora y el pueblo, es una apuesta mediática potente, que instale el discurso de nuestra izquierda en circulación nacional – e internacional -, disputando un espacio al nivel de las grandes corporaciones periodísticas, instalándose como apuesta comunicativo discursiva que levante una voz disidente, abriendo a las grandes masas contenidos de diálogo, elaboración y discusión, con los movimientos sociales y actorías que van surgiendo desde el campo popular.

Esto significa una profesionalización de nuestros medios de comunicación masivos, aportándole mayor fluidez y contundencia a nuestras páginas web. Esto generará mayor audiencia y seguimiento de nuestras ideas. Y seguir sacando tabloides, impresos para las micros y los metros, para competirle a las banales y distorsionadoras alternativas comerciales de Publimetro, La hora, tabloides que la clase trabajadora lee mientras circula al trabajo, llenándose de ideas vacías, alienantes e ideológicamente deleznables, proclives al individualismo y la enajenación del espectáculo mediático y la farándula.  

Y, finalmente, como nueva tarea concreta en el plano teórico ideológico, nuestro sector debe abrir una estación de radio propia, que pueda estar coordinada con diversas plataformas, y lograr posicionarse como una radio mediática, con dial propio en frecuencia modulada, que tenga una parrilla dedicada a noticias, análisis, diálogo, debate y cultura. Su rol será erigirse como plataforma de difusión de nuestro sector político como alternativa, como herramienta de difusión programática, espacio de discusión, medio informativo, y, en general, como instrumento de comunicación al servicio de las luchas del pueblo y el avance de una cultura de izquierda dentro del país, que se abra paso como opción a los medios de comunicación al servicio de la burguesía y el empresariado.    

Por otro lado, en segundo lugar, tácticamente debemos abocarnos como organizaciones del sector al rearme programático de la clase, con una clara proyección socialista feminista que alimente los procesos de cambio que se están sucediendo y avanzarán con mayor rapidez conforme se agudicen las contradicciones de clase y la contracción económica nacional y global.

Una apuesta táctica del sector de izquierda, que dice relación con el asedio al proceso constitucional institucional, desde la construcción programática popular y las candidaturas propias del movimiento social, permiten aprovechar de buena manera el curso actual del proceso político, generando espacios y momentos para apurar el tranco programático – esencial para la emergencia de una alternativa de clase con miras a la obtención del poder. Aquí, debemos presentar e ir entregando elementos para la construcción de un proyecto con algunas características basales, como lo son el que sea clasista, feminista, ecosocialista y anticolonial. Y allí donde no tengamos aún desarrollos ni aportes, debemos trabajar en elaborar para proponerlo.

El proceso de Asamblea Popular Constituyente -o cualquiera sea el nombre que adopte- que estamos planteando abre debates, que esperamos sean amplios, masivos y profundos, aunque, sabemos, cuenta con tiempos acotados. Si lo que pretendemos es realizar un proceso de discusión popular que logre calar en lo más profundo del proceso institucional, debe darse en los tiempos y márgenes que impone este último, dejando – posiblemente – inacabados el desarrollo y tratamiento de algunas aristas programáticas al momento de echar a andar la convención constitucional. Por tanto, debemos ser capaces de proponer una agenda paralela en que logremos como clase continuar avanzando en la construcción de propuestas y programa político. Para esto, hay dos elementos que creo son necesarios considerar: actores y tiempos. Será necesario avanzar en conjunto con las organizaciones políticas del sector para impulsar una agenda que articule discusión programática y jornadas de protesta y asedio, en función de los 12 meses que dure la convención y los debates que al interior de esta se estén desarrollando.

Esto, más que leerse como movimientos reactivos ante el proceso constituyente institucional, debe leerse como aprovechamiento de la coyuntura constitucional, con el afán de dar saltos programáticos cualitativos al calor del abierto debate que las masas estarán proclives a dar tanto durante los 12 meses siguientes, como a futuro, con el plebiscito de salida, el nuevo período presidencial y el período de agudización de las contradicciones de clase que se avecina. El momento entrega la posibilidad múltiple de ir generando tendencia, ofreciendo una alternativa cada vez más nítida, acumulando fuerza social e ir agrupando a los sectores más cercanos políticamente, dentro del arco de alianzas y organizaciones cercanas.

Por último, pero no menos importante, existe un tercer lineamiento que debemos tomar como tarea para el actual período que hemos identificado, y es la necesidad del rearme orgánico de la clase. Y al referirme al rearme orgánico de la clase, o, puesto de otra manera, la organización sistemática del pueblo y los trabajadores y trabajadoras, no me refiero, en este caso, al instrumento político partidario que se erige al interior de la clase trabajadora, o a la convergencia de sectores u orgánicas clasistas en un partido único, sino que me refiero a la conformación de un movimiento de masas de la clase trabajadora conformado por trabajadores y trabajadoras efectivamente organizadas, sistemáticamente, y con un horizonte y proyecto definido; dichas cuestiones, actualmente, se ven favorecidas por el momento constituyente abierto y aquellos ejes que expuse más arriba. Dejo en claro que la organización partidaria leninista es de suma relevancia para futuros momentos decisivos que presente el desarrollo político de la lucha de clases, por lo que debemos tenerlo, también, como prioridad, pero no podemos pensar en un partido político de la clase que no tribute adecuadamente con los órganos intermedios del pueblo y la clase trabajadora que sean parte del proyecto histórico. Como decía Rosa Luxemburgo en Sindicato, partido y huelga de masas, las organizaciones sindicales, y las cabezas, fundamentalmente, deben ser parte del partido, orientar desde el partido, y no ser entes externos al partido, que se muevan espontáneamente sin dirección ni organización. 

Ahora, para avanzar en la re-organización que propongo, junto con desarrollar rearme teórico y programático, como organizaciones del sector de izquierda de intensión revolucionaria debemos apuntar hacia la incorporación de capas trabajadoras de base, para construir movimiento sindical de clase, que sea capaz de organizarse superando las demandas economicistas, con un posicionamiento político contrahegemónico que amplíe su rango de maniobra, reforzando la movilización de masas que se va generando en este nuevo período. Para ello, la generación de un discurso claro, que conecte las demandas populares del período con la explotación asalariada y el abuso y la violencia estructural de género y de clase, nos permitirá llegar a trabajadores y trabajadoras no organizadas en sus puestos de trabajo – aun cuando sí puedan estar organizados para concurrir a los epicentros de protesta semiespontáneos. Para esto, tenemos claros ciertos sectores esenciales de la economía, pero deben agregársele, hoy, aquellas franjas no clásicamente definidas, como franjas cesantes o informales.

Comenzar su organización desde cero, o desde abajo, con claridades políticas y estratégicas, permitirá generar una tendencia de sindicalismo que no persiga prebendas de los patrones ni reivindicaciones sectoriales ni coyunturales, sino que armar o rearmar una organización sindical que construya en el proceso un sujeto histórico identificable y autoafirmado, que sea capaz de sumarse a las luchas enfervorizadas del pueblo y las revueltas poblacionales, estudiantiles, callejeras, con huelgas y paralizaciones que potencien y vuelvan más agudas las movilizaciones de masas que se emprendan. El momento político actual es volátil y cabe la posibilidad de que exista una salida política por la derecha, de deriva autoritaria que, si bien puede no terminar en un gobierno de corte ultraderechista, sí puede abrirse a que realicen trabajo de masas de corte populista que capte segmentos de las capas trabajadoras, derechizándolas y volviéndolas en contra de nuestros sectores transformadores. Si bien, a la luz de los últimos hechos, esta opción está cada semana más lejos, hay que estar atentos a las organizaciones de ultraderecha, para cortarles el paso y achicarles más aún el rango de maniobra.

En esta misma línea, siguiendo los planteamientos expuestos, sería un error apostar a centrales sindicales o confederaciones movidas desde cúpulas que, pudiendo no ser corruptas, no permiten ensanchar el horizonte de crecimiento político y de conciencia de los y las trabajadoras por caer en el caudillismo o el economicismo. Por el otro lado, tampoco planteo la necesaria generación de un referente sindical propio, pero sí apostar por aquel que marque una opción de construcción de movimiento sindical consciente y dispuesto a la acción, o, de otra manera, que estemos dispuestos a poner nuestros esfuerzos sindicales en perspectiva de aportar a la construcción de dicha cultura sindical arriba comentada.     

Comprendiendo que hoy las condiciones económicas y los efectos de la pandemia dejan a los y las trabajadoras aún más desprotegidas y con un horizonte de mayor precariedad de los puestos de trabajo e inminente cierre de empresas y fábricas, y junto con el recrudecimiento de las condiciones de los sectores de reproducción no remunerados, resulta cada vez más urgente la elaboración de aquella línea táctica, pudiendo tomar las formas de los sindicatos de cesantes en los 80, que organizaban protesta y movilización entorno al eje laboral, o adoptar otras formas que permitan influir en dicho segmento cada vez más grande y precarizado. Así, junto con sumar al movimiento de masas desde la calle, al momento de reingresar a puestos de trabajo formal, los individuos estarán más proclives a reproducir discurso y métodos organizativos al interior del espacio de trabajo.     

Finalmente, para cerrar, comentaré que la elaboración de las páginas precedentes son un esfuerzo por leer el período y apostar por líneas de trabajo acordes al momento político, que, por más auspicioso que se vea, requiere de todo nuestro compromiso y agilidad política. El actual momento que atravesamos nos permite posicionarnos como sector y alternativa a nivel de masas, acumular fuerzas y marcar tendencias, pero debemos estar claros y claras de no ir perdiendo el norte estratégico que hemos dibujado, pues la apuesta política constituyente que estamos trazando, siendo audaz, requiere concentración, perspectiva histórica y mucho trabajo concreto para no perder de vista el objetivo de largo plazo que nos orienta estratégicamente. Porque, como decía Fidel, revolución es sentido del momento histórico, es cambiar todo lo que debe ser cambiado.

 

*El autor de esta columna es militante de la organización política Convergencia 2 de Abril y envía esta columna para generar el debate en la izquierda.

Autor entrada: Carlos Alberto

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