Por José Manuel Vega
Militante de Convergencia 2 de Abril
Hace algunas semanas, redacté una columna delineando ciertas cuestiones fundamentales para posicionar en el debate constituyente, cuando hablamos en torno a la educación del presente y futuro. En dicha columna, plantee tres temas educativos centrales que debemos lograr plasmar, desde el campo popular, en la nueva constitución, para pensar una nueva realidad transformadora y una educación que sustente nuestros anhelos para las generaciones siguientes. Dichos temas dicen relación con la educación para el pensamiento crítico, materializado en un nuevo currículum y contenidos acordes a un mundo en constante cambio, que busquen que los sujetos reflexionen e imaginen nuevas posibilidades. Como segundo punto, plantee la educación socioemocional y afectiva, como un sine qua non para desarrollar las inteligencias interpersonal e intrapersonal, como aspectos clave de una sociedad que supere el elemento económico productivo como base del entendimiento humano. Finalmente, por tercer aspecto, propuse la educación como un ejercicio colectivo, que tienda a la superación del individualismo calificatorio en pos de la potenciación colectiva para la construcción de proyectos de futuro.
Sin dudas, hubo una buena recepción de la columna, y tuve una retroalimentación necesaria, crítica y positiva. Entonces, en los siguientes párrafos, quisiera hacerme cargo de algunas de aquellas observaciones, para ir complementando y perfeccionando las ideas expuestas en mi anterior trabajo.
Profundizaré, entonces, dos ideas. Primero, buscando precisar la criticidad de aquel pensamiento crítico que planteo. Y segundo, trabajando mejor la idea de educación para un colectivo, situándola, ahora, territorialmente, es decir, en una comunidad realmente existente, que influye y es influida por los procesos educacionales mismos.
Pensamiento critico. A lo largo de la historia de la humanidad, hemos ido generando y generando datos, información, para la adaptación y constante transformación del mundo y nuestra cultura. Hoy, en pleno siglo xxi, la cantidad de contenido que existe y al que tenemos acceso es ingente, y no todo es verídico. Ello nos acarrea dos grandes problemas: podemos convertirnos en meros administradores de información, renunciando a la utilización de nuestro raciocinio y abandonándonos a las posibilidades ya existentes; y también podemos caer en manipulaciones, dependiendo de cómo sea utilizada la información dada. Desarrollar el pensamiento crítico permitiría salvaguardarnos de caer en ambas problemáticas, y, más aún, potenciarnos en vista de un futuro complejo.
La educación realmente efectiva es aquella que te permite imaginar, adiestra la audacia y sagacidad mental, ya que saca trote a tu capacidad creativa, te nutre de experiencias que optimicen tu capacidad de encontrar alternativas ante obstáculos, tanto concretos como abstractos. Creo que, al hablar de una educación para el pensamiento crítico, nos referimos a aquella que, anclada en la realidad, te induzca a observar y analizar, para situarse en las coordenadas habitadas y comprometerse/compenetrarse con tal mundo habitado. Aquella compenetración lleva a una interpretación y un juicio respecto de lo vivido. Este énfasis en la educación pre-básica, básica y secundaria, nos prevendría de la manipulación fácil y nos estimularía a generar nuestras propias respuestas ante conflictos y disyuntivas eventuales.
Y es aquí donde se introduce un nuevo componente, el moral, o, a lo menos, el componente ético, pues un compromiso con la realidad, desde el habitar el mundo, no puede devenir sino en acción, positiva o negativa, hacia el estado de cosas dado. El pensamiento crítico (pensamiento del cambio) nos posiciona y moviliza. Hacia dónde, esa es la cuestión. Como me comentó un profesor, posicionándose al respecto, por el lado de la centroderecha también se habla de pensamiento crítico en términos de autovigilancia de los argumentos, pero nosotros, los del otro lado, debemos pensar que el sentido de criticidad de lo crítico no corre tanto en el sentido lógico del pensamiento sino en el del compromiso con el sufrimiento de otros. Por tanto, para la transformación de realidades dadas.
Pensamiento para la creatividad y la transformación.
Pero entremos ahora al siguiente punto, al de la educación pensada en y para un colectivo, y situado en una territorialidad específica.
Cuál es la gracia de pensar una educación conectada con su territorio, tablero circundante, qué le agrega, añade. Pues bien, pienso que la aterriza, la concretiza e inmediatiza. Un espacio educacional no debiese ser un ideal abstracto, alejado de su realidad, pues corre el riesgo de alienar sujetos, predisponiéndolos a cumplir roles en la sociedad que no les corresponden. Me refiero a no hacerse cargo de los problemas de su comunidad, sino que atendiendo dilemas ajenos, fabricando para otros, elaborando respuestas sin sentido ni pertinencia real para dicho sujeto, permaneciendo obnubilado. Los árboles no dejan ver el bosque, podría ser una metáfora útil para esta explicación. El diálogo con la comunidad y sus individualidades, la observación de la materialidad, abre una puerta para repensar nuestra realidad unitaria, económico-centralista y neocolonial.
Bien situada, en un locus definido, nuestra educación puede trascender la individualidad egocéntrica y competitiva, para avanzar hacia un ethos colectivo y comunitarista, que nos permita imaginar nuevos horizontes económicos, sociales y culturales.
Sin duda, son muchos los temas para pensar al momento de trabajar una educación transformadora, y quedo debiendo la profundización del tópico de la educación socioemocional y afectiva, que encuentro clave para nuestro siglo, pero espero, humildemente, con lo escrito en esta columna, haber aportado algunas ideas para el debate educacional y pedagógico de horizontes transformadores.
La tarea es larga, pero la educación es la clave.