Por Valentina Muñoz y José Manuel Vega
“El reloj sigue girando
hacia un florido y cálido futuro”
Pedro Lemebel
Los grandes autores son reconocidos porque trascienden en tiempo, espacio y forma, se elevan —o los elevan— de las barreras impuestas a su propia generación de creadores —aunque esto signifique la marginación social, política e incluso artística del círculo al cual “debiesen” pertenecer— y se encumbran por sobre categorías y etiquetas, personales o colectivas. Logran sentir, captar e interpretar el espíritu, el sentimiento colectivo, silencioso y agazapado, que marca profunda y transversalmente a un grupo humano; un espíritu invisible e impalpable, pero cargado de significados e historias que dictan el tránsito y el actuar de las personas. El ojo observador y la perspectiva emocional e intelectiva de estas sensibilidades únicas, posicionan a sus creaciones como operas ejemplares de una época determinada, dándole forma, rostro y color, entregando pistas e imágenes para caracterizar lo que fuera un período histórico, con sentimientos, emociones, matices únicos e inigualables para otro momento de la historia. Así pasó en Europa, con Miguel de Cervantes, William Shakespeare o Charles Dickens. Así pasó en Ámerica, con Sor Juana Inés de la Cruz, José Hernández o Miguel Ángel Asturias. Y así sucede en cada momento y lugar, cada década y país.
Sostenemos nosotros, entonces, que es también lo que pasa con el escritor y artista plástico chileno Pedro Lemebel, ganador del Premio José Donoso 2013, que, desde una propuesta estética y política, que se mixtura en un solo proyecto artístico, logra interpretar -e interpelar- a más de una generación de lectores, incluso dos o tres, sin contar a las nuevas, que están descubriendo recién el universo de la lectura. Y ni hablar de quienes aún no toman sus primeros libros ni han explorado el universo de Lemebel, que aún no se sumergen en él, pues seguramente no serán pocos, y se multiplicarán por miles después de este largometraje de Rodrigo Ortega, que sacará a la pantalla grande -quizás- la opera magna del autor, Tengo miedo torero.
Pero, pensándolo mejor, qué es lo que Pedro Lemebel consiguió, cómo generó ese nombre y consiguió un espacio dentro de los destacados autores chilenos del último tiempo, qué lo posiciona como uno de los favoritos dentro de los lectores chilenos.
Nosotros proponemos que el escritor Pedro Lemebel, y en especial su libro Tengo miedo torero, consigue con su prosa lo que no muchos consiguen:
1)Primeramente, interpreta la necesidad de liberación y consecución de una voz propia de muchos sujetos y sujetas que a lo largo de su vida mantenían, por temor y/o verguenza, su orientación sexual reprimida o escondida, dadas las condiciones sociohistóricas de una sociedad moral y valóricamente conservadora.
¿Qué niño/adolescente se atrevería a quitarle los tacos, joyas y cigarro con boquilla a la puta de la casa para usarlos y cantar y bailar por los pasillos rojos llenos de espejos, cuando el padre lo llevaba para que en vez de eso se ‘hiciera hombre’?
¿Qué ‘hombre del hogar’ se animaría a ir a su oficina con vestido y labial para desempeñar tranquilamente un rol ejecutivo de alguna modesta o importante empresa citadina?
La época a la que referimos constituía, indudablemente, una tensión declarada e inevitable sobre el cómo ser hombre y el cómo actuar como mujer —ya que ni siquiera alcanzaba para ‘serlo’. Estas concepciones y estereotipos en algunos seres humanos funcionaban como una dirección obligada y la forma correcta de sobrevivir; en otros representaba esa zanja llena de mierda en la que había que hundirse para i) desaparecer y silenciarse tragando mierda; o ii) lanzarse amortajado y, ahogado, trepar hacia la superficie para develar toda esa mierda escondida.
En la novela, entonces, el espacio privado y escondido se transforma en la única instancia de libertad, tanto en el ser como en el actuar, ya que el espacio público se encuentra delimitado, intervenido y coartado de cualquier manifestación que represente las libertades individuales o colectivas de los sujetos y sujetas de la época. Esto genera que la fuerza que emerge desde lo íntimo se geste como un potente anhelo, una visceral necesidad del poder, y no del poder desde el punto de vista dictatorial, sino desde la capacidad de saberse capaz de crear, lograr y actuar.
No pocos ni pocas se identificaron con la Loca del Frente, un personaje único pero especial, solitario pero tierno, desafortunado pero digno, siempre digno. La Loca del Frente se constituirá como una imagen que otorga dignidad a quienes han sido excluidos por su disidencia.
2) Tengo miedo torero es literatura contestataria. Se logra interpretar la necesidad de liberación de los yugos autoritarios que la dictadura militar imponía en Chile, en que la miseria y la pobreza se recrudecía con la bota militar que impedía la libre organización política y social y reprimía todo intento de ejercer —o restablecer— la democracia dentro de las fronteras chilenas.
Lemebel rescata un momento histórico crucial para la historia política chilena de los ochenta, en el que la protesta social poblacional, y las apuestas políticas rodriguista, mirista, lautarina y zurdacristiana, mantenían más viva que nunca la esperanza de derrocar al tirano. El año decisivo es parte de un quinquenio de fervor y apasionada lucha política de liberación, anhelos de democracia e intentos por resquebrajar el modelo económico impuesto a sangre y fuego por la derecha más despiadada. Y esa resistencia se extrapola a las décadas siguientes, en los corazones de quienes mantuvieron la tesonera lucha en las calles y los sindicatos, y la resistencia es memoria, memoria reciente, memoria fresca. Tengo miedo torero es memoria de resistencia de padres y abuelos que aún viven, es memoria reciente de los pingüinos del 2006, de los universitarios 2011, de las tomas feministas del 2018. Es relato abierto e inconcluso, es deseo de derrocamiento del modelo económico y social impuesto mediante el plomo y la tortura.
3) En tercer término, la novela muestra y hace patente la necesidad, desde la primera persona, de emancipación y búsqueda de lo otro, de otra realidad concreta, desbordando los márgenes e imaginando posibilidades distintas, creativas y emancipadoras para el espíritu humano.
El yo como herramienta no desde una perspectiva individualista, egocéntrica o narcisista, que era —es— lo que se promovía social y políticamente en la época, sino que el yo como una representación interior colectiva, la voz de varios, es decir, el yo como la capacidad de retratarme pero a la vez imaginarme en otros, como otros y desde ahí visibilizar para representar a toda una silenciada y reprimida comunidad. En este sentido, la primera persona se transforma en un concepto que abarca más allá de lo técnico, ya que pretende reforzar en su singularidad, desde el sujeto individual, la comunión entre seres particulares que se sienten y hacen parte de esa única voz, porque los dibuja y representa, los visibiliza y les da protagonismo. Esa voz permite reforzar la necesidad de imaginar nuevas fronteras para lo real, que con tanta vehemencia buscaron y necesitaron los niños y jóvenes de los 80, y su proyección al madurar en los 90 y los 2000.
Tengo miedo torero es la alteridad necesaria.
De la sociedad de los 90 y 2000 podemos describir tendencias que no pueden ser delimitadas absolutamente. Por una parte, jóvenes y adultos aún cargan la herencia del silencio y lo oculto en torno a lo que compete a la sexualidad y el quién y cómo ser. Es decir, todo lo relacionado a esto debe ser manejado en voz baja —como plantea Alejandra Costamagna desde el punto de vista primeramente político—, silenciado y tras las cuatro pareces de la habitación —o el baño—, espacio reconocido como íntimo y ‘apto’ para manifestar libremente todo tipo de pulsaciones. Existen otros que desafían el espacio público —concebido como lugar de ‘orden y buenas costumbres’— para ser quienes desean, como La Cuando No, la Cuando Nunca, la Siempre en Domingo, la Teté, la Totó, la Milú, la Chumilú, para explorar desde esa libertad los límites y matices de su sexualidad. De esta forma, la heterogeneidad en cuanto a las formas y decisiones en torno a las libertades en estas décadas, supone una transformación constante y tambaleante, donde se avanza hacia una total libertad pero también se puede retroceder, donde se habla de, pero también se calla. Donde podemos ser en ciertos lugares, pero no podemos ser en otros.
Esta constante tensión en cuanto a las delimitaciones de distintos espacios que responden en torno a sus propios intereses, genera una especie de vorágine e irreverencia en sujetos y sujetas de esta época; y es desde este ‘desorden’ que posibilidades escriturales como las de Lemebel son necesarias y fundamentales, ya que son oportunidades en las que se interpela a los nuevos lectores chilenos (niños, jóvenes, adultos), se les brinda la posibilidad de apreciar nuevas formas de interpretación y apreciación donde lo realista es parte de la escritura y funciona como catalizador para abrir espacios que se encuentran reprimidos, también se les muestra cómo el dejar fluir distintos tonos de expresión, como el irónico de Lemebel, y considerar los tintes cómicos como un anclaje entre las tensiones y distensiones del hilo conductor de la novela y, obviamente, la vida real, son características y elementos que facilitan la recepción y apertura hacia nuevas formas, temas y realidades, que hasta el día de hoy se siguen considerando obscenas, ordinarias y no naturales para una sociedad que todavía sufre ante el holocausto de la represión.
Y eso es Pedro Lemebel: fuga desde la represión hacia la liberación. Pero liberación en un doble sentido, una liberación colectiva y una liberación individual. La liberación en ámbitos políticos colectivos, sociales y económicos, van de la mano, entramados indispensablemente, con la liberación individual, del ser, del querer y del pensar. Si algún día haces una revolución que incluya a las locas, avísame. Ahí voy a estar yo en primera fila.
1 comentario sobre “Tengo Miedo Torero”
TENGO MIEDO TORERO
(23 junio 2020 -23:26)[…] Tengo miedo torero – Columna […]