Por Paulo Valdés
No es fácil la vida bajo el encierro forzado. Sé que prometí no quejarme, por respeto a las miles de personas que día a día y bajo cuarentena nacional deben salir de su casas a sus trabajos, y que no pueden darse el lujo de estar «encerrados». No me puedo quejar, pero aún así no me deja de llamar la atención lo que significa estar enclaustrado.
La última vez que estuve tanto tiempo sin salir de un lugar fue hace cuatro años aproximadamente. 14 días estuve «hospitalizado» en la ciudad rebelde de Kirovks. Me operaron de una simple hernia enginal, pero yo me sentía un verdadero veterano de guerra. Esto porque el día de mi intervención médica, al momento de conocer a mi anestesista, (el que luego me pondría la inyección epidural), este a dos metros de distancia me regaló un aroma a vodka artesanal ruso que pocas otras veces había sentido en mi vida. Dudé de entregarme a sus manos, y solo me confortó la respuesta que me dió cuando le dije que venía de Chile. «Víctor Jara», «Salvador Allende» fueron sus palabras entonadas con un acento metálico y su puño derecho en alto, Si tanto amor tiene por Chile, entonces tratará de hacer bien su trabajo me dije mentalmente, y me entregué.
Los primeros siete días los pasé acostado en una cama cuyo colchón tenía una inmensa mancha circular dejada por cualquier otro moribundo en sus ultimas horas de vida. Solo al final de mi «convalescencia» la descubrí, ya no había razón de quejarse.
Miraba al cielo de mi habitación y juraba ver en una de sus manchas de humedad el rostro de la mujer, que según yo, «miraba por la ventana hacia el horizonte perdido». Eran los efectos de los narcóticos me decía mi compañero Carlos, que con mucho gusto me venía a visitar.
Prueba final de mi estado alucinógeno, sería el repentino amor del que fui poseído, en el confronto de una de las enfermeras, encargada de traerme la comida y curar mi herida. A mis ojos, su uniforme blanco la rodeaba de un aura angelical, y sus manos eran las mas suaves que yo jamás había conocido.
Al octavo día se acabaron los narcóticos, y con ellos lentamente el amor incondicional que hasta ese momento sentía por ella. Dos meses después de mi alta, volvería a ese lugar acompañando al doctor Egaña, un médico chileno, filántropo e internacionalista, que entregó al Hospital dos mil dólares en medicamentos e insumos, como ayuda humanitaria, para mitigar en algo los nefastos efectos de la guerra.
Ahora todo es diferente, excepto la sensación de estar en medio de una Guerra. Esa sensación, considerando los efectos humanos, sociales y económicos esta pandemia es lo más cercano a una Guerra. Eso sin considerar la tesis que conceptualiza al virus como un arma de guerra no convencional o «arma biológica» lanzada en medio de una guerra comercial sin precedentes entre China y EEUU.
Como decía este encierro es muy diferente, ya que estoy en casa, rodeado de gente valiente, con mi familia, y en contacto permanente como mi hija en Chile. No obstante no estoy ajeno de angustias y preocupaciones y el derrotero de la enfermedad en Chile es uno de los motivos principales.
En la última jornada 646 personas se recuperaron de Covid-19 en Italia. Hasta ahora un total de 13.030 personas han logrado vencer la enfermedad. Otras 5.217 personas resultaron positivas, siendo 73.880 personas las que actualmente padecen esta enfermedad. A la fecha, 97.689 personas contrajeron el virus, incluyendo fallecidas y recuperadas.
Dicen que la velocidad de la expansión de la enfermedad se está reduciendo. A casi tres semanas de la cuarentena total, y a una semana de las últimas medidas restrictivas anunciadas por el premier Conte el domingo pasado, aparentemente la situación comienza a mejorar levemente. A la fecha, con el apoyo fundamental de Rusia, China, Cuba y Alemania, el sistema de salud italiano ha resistido a los embates de esta pandemia.
No obstante estas buenas noticias a nivel nacional, a escala regional y local la situación va poco a poco en incremento. Una noticia hoy nos ha golpeado de forma particular. Hace unos días se había anunciado que dos hermanitos pequeños uno de 18 meses de edad, en Baghería, una localidad vecina a la ciudad de Palermo, habían dado positivos al Covid-19. Hace unas horas se supo que también el padre y la madre de ellos, resultaron positivos. Espero que pasen esta situación de la mejor manera posible. La idea de encontrarse en su misma situación resulta francamente aterrador.
En Chile las cosas evolucionan vertiginosamente. La confirmación del foco de contagio en el hogar de ancianos de Puente Alto, otra noticia muy dolorosa, da cuenta que el fenómeno ya presentado en Italia y España comienza a repetirse en Chile. Los principales focos de contagio son el transporte público, los centros de salud, y los hogares de ancianos. El primero se resuelve con una cuarentena total efectiva (que deja solo las actividades económicas esenciales funcionando). El segundo y el tercero entregando al personal de salud los insumos necesarios para desarrollar sus funciones en las condiciones mínimas de salud. Un amigo que vive en el norte de Italia me contaba que en Wuhan el personal sanitario usaba tres mascarillas, tres pares de guantes, mascaras faciales, tres pares de pecheras quirúrgicas, entre otras precauciones. Ello claramente evitó que el personal sanitario se contagiase, y por consecuencia, que no se transformase en foco de contagio para otros. En Italia mas de cincuenta médicos han fallecido por Covid-19, y en España mas de diez mil trabajadores de la salud han contraído el virus en las últimas dos semanas. Estos trabajadores y profesionales, por estar sometidos a una carga mucho mayor de virus, tienden a sufrir mucho más que los pacientes «comunes», llegando incluso al fallecimiento a edades mucho menores que la norma.
Si en Chile no se revierte la tendencia, si no se dota al personal sanitario de las herramientas necesarias, las consecuencias pueden ser desastrosas. Y ello, no me cabe duda, puede tener consecuencias políticas sumamente negativas para un gobierno que desde antes de la crisis sanitaria no gozaba de una muy buena popularidad.