En el pie de foto: el líder del Partido Laborista Jeremy Corbyn agradece a sus delegados luego de su discurso clave en el día cuarto de la conferencia del partido el 26 de Septiembre de 2018, en Liverpool, Inglaterra.
Por Paolo Gerbaudo
(Trad. Esteban Spencer)
Es un lugar común observar que la era post crisis está definida por la emergencia de movimientos populistas tanto en la izquierda como en la derecha, en medio de una tendencia de creciente polarización política. Sin embargo, ha sido menos destacado el retorno del partido como un actor central en la arena política.
A lo largo de Occidente, y en Europa en particular, estamos siendo testigos de un resurgimiento del partido político. Tanto los viejos partidos, como el Laborista en Inglaterra, y algunos nuevos, como Podemos en España y Francia Insumisa, han experimentado un crecimiento espectacular en los años recientes, al mismo tiempo que desarrollan importantes innovaciones organizacionales.
Este resurgimiento de la forma de partido es sorprendente, dado que, durante varios años, sociólogos y cientistas políticos pronosticaron casi unánimemente que el partido político estaba perdiendo su primacía en una sociedad digital globalizada y altamente diversificada.
De hecho, el actual renacer de la izquierda ha desmentido de por sí esos pronósticos. La tecnología digital no ha suplantado el partido. Más bien, los activistas han usado sus avances para desarrollar mecanismos innovadores para atraer a los ciudadanos, incluso mientras reafirman la forma del partido como el principal instrumento de la disputa política.
Pronósticos Fallidos
El que los partidos políticos estén atravesando una revitalización es evidente, en primer lugar, en el número de sus miembros, un claro cambio de las fuertes caídas de militantes que experimentaron varios partidos europeos históricos en los inicios de la década de 1980.
En Gran Bretaña, el Partido Laborista está en camino de alcanzar 600.000 miembros, luego de haber tocado su punto más bajo de sólo 176.891 en 2007 al término del liderazgo de Tony Blair. En Francia, el partido de Jean-Luc Melenchon, el movimiento Francia Insumisa cuenta 580.000 partidarios, convirtiéndolo en el partido más grande de Francia, a sólo un año y medio de su fundación. En España, Podemos, fundado en 2014, alcanza más de 500.000 miembros, más que el doble de la cifra para el Partido Socialista. Incluso en los Estados Unidos, país que durante la gran parte de su historia ha carecido de partidos de masas en el sentido europeo del término, observamos una tendencia algo parecida, en tanto los Demócratas Socialistas de América (DSA), la organización socialista más grande del país, ha crecido a más de 50.000 miembros después de la candidatura de Bernie Sanders por la nominación Demócrata en 2016.
El crecimiento espectacular en los registros de miembros de los partidos de izquierda – muchos de los cuales son organizaciones recientes – contrasta fuertemente con los pronósticos que habían sido realizados por varios cientistas políticos. Entre la década de 1990 y el momento justo antes de la crisis financiera del 2008, los académicos coincidieron al predecir la caída definitiva del partido político. En medio de una creciente apatía de los votantes y afiliaciones en caída, el partido político parecía una forma anticuada de organización – una obstinada reliquia de un pasado olvidado.
En el año 2000, los famosos cientistas políticos Russel Dalton y Martin Wattenberg sostuvieron que “la evidencia actual apunta a una decadencia del rol del partido político en la configuración de las políticas en democracias industriales avanzadas. Muchos partidos políticos establecidos han visto sus registros de adhesión disminuir, y los ciudadanos contemporáneos parecen cada vez más escépticos sobre políticas partisanas”. El académico irlandés Peter Mair aseguró que estábamos siendo testigos el paso de la “era de la democracia de partidos”, sosteniendo que un número de fenómenos, como la volatilidad de los electorados y el aumento de un amplio “sentimiento anti – político” apuntaba a la caída de los partidos políticos.
Además de ser un comentario sobre el declive de la participación en los históricos partidos de masas, tal diagnóstico estaba frecuentemente influido por teorías postmodernas sobre el “fin de la historia”; una profecía que para muchos significada que el partido – en un sentido tradicional de la teoría Marxista, el actor histórico decisivo – había llegado a su fin.
En medio de la extrema diferenciación e individualización de la “sociedad en red”, descrita por el sociólogo Manuel Castells, con un espacio cada vez mayor para la autonomía y flexibilidad del individuo, todas las organización se aproximarían a la morfología horizontal de la red, más que la estructura vertical de la pirámide que dominó las organizaciones de la era industrial. Esto no parecía un buen presagio para el futuro del partido político, el cual por su naturaleza involucra la presencia de una estructura de liderazgo centralizado, exigiendo disciplina y sumisión de voluntades individuales para alcanzar un objetivo colectivo.
Sumado a esto, estaba la percepción de una crisis de identificación partisana. Las identidades de clase eran vistas como incapaces de movilizar votantes, y los partidos estaba convirtiéndose en organizaciones oportunistas, buscando votos donde quiera que pudieran encontrar un espacio en el “mercado electoral”.
Esta sociología de extrema complejidad, individualización, y desintegración de clase fue acompañada del argumento de que, en un mundo globalizado, el partido perdería importancia por la simple razón de que el Estado – nación – el objeto tradicional de la conquista del partido y su marco de operaciones – estaba perdiendo poder a favor del gobierno de las instituciones de alcance global. Los auto proclamados maestros del pensamiento “marxista” Antonio Negri y Michael Hartd celebraron el cambio de los Estados – naciones al imperio global, de una forma no muy distinta en la que el comunista del New York Times Thomas L. Friedman glorificó sobre la inminente victoria de la globalización por sobre las naciones.
La condición global pareció favorecer otros tipos de organización colectiva, operando trasnacionalmente y concentrándose en “problemas concretos”: protestas interconectadas, movimientos sociales, caridades, ONG’s. Es significativo que el Foro Social Mundial, el punto de reunión principal del movimiento anti – globalización, explícitamente excluyera partidos políticos, como si no fueran solamente anticuados sino también moralmente reprochables.
Sospecha Antipartidista
Este fuerte sentimiento anti partido que ha formado la educación política de las últimas generaciones de activistas de izquierda estuvo influido por las distorsiones del autoritarismo a lo largo del siglo veinte.
El nazismo y el estalinismo demostraron hasta qué punto el partido podía convertirse en una cruel máquina empeñada a manipular a sus miembros y exigir de ellos obediencia inquebrantable. En películas y libros se han transmitido retratos vívidos del maligno efecto psicológico y político de la obediencia al partido, como la abominación del Partido nazi de Hitler o los juicios y persecuciones conducidas por los partidos comunistas en el bloque soviético, como fue dramatizado en la novela de Arthur Koestler Oscuridad al Medio Día. Los partidos de masas socialdemócratas más benignos también engendraron un amplia desilusión.
Pero lo que resultaba problemático era el modo en que esta justificada crítica se convirtió en aliada de un persistente resentimiento liberal en contra del partido político, apoyado por miedo antidemocrático a las masas organizadas y sus demandas de control democrático y redistribución económica.
Este discurso liberal tiene una larga historia que se remonta a los orígenes de la democracia moderna. Personalidades tan diferentes como James Madison, Moisey Ostrogorski, John Stuart Mill, Ralph Waldo Emerson y Simone Weil abiertamente criticaron el partido político. Atacaron a los partidos políticos por someter al individuo a la obediencia y uniformidad, y sostuvieron que más que servir a los intereses generales de la sociedad, los partidos terminaban defendiendo el estrecho interés de una facción.
Emerson, por ejemplo, sostuvo afamadamente que “una secta o un partido es una incógnita elegante, diseñada para salvar a un hombre de la molestia de pensar”, mientras que la anarquista cristiana Simone Weil escribió que “en vez de pensar, uno simplemente toma partido: a favor o en contra. Tal decisión reemplaza la actividad de la mente”.
En tiempos neoliberales, esta preocupación con la libertad individual ha encontrado una nueva aceptación en la frecuente celebración del emprendimiento y la espontaneidad de las fuerzas de mercados no reguladas, haciendo que todas las formas de organización colectiva parezcan un impedimento ilegítimo. En La Constitución de la Libertad, Friederich Hayek, el filósofo más importante del “pensamiento único” neoliberal, expresó de forma célebre esta desconfianza hacia el orden organizado (taxis) y su confianza en un orden espontáneo (kosmos) de la sociedad, modelado supuestamente en los “intercambios libres” que ocurren en el mercado.
El partido político, como el Estado, es entonces representado como un gris y burocrático Leviathan que socava la libertad, la expresión auténtica, la tolerancia, y el diálogo. Desalentadoramente, este pensamiento fue absorbido de forma inadvertida por muchos movimientos anti – autoritarios que emergieron en las postrimerías de las protestas estudiantiles de 1968, haciendo eco de los neoliberales con su denuncia a la organización colectiva y su burocracia, en el nombre de la autonomía y de la libertad de expresión.
Irónicamente, gran parte de ese disgusto que la gente siente contra el partido político es el mismo producto de la ideología neoliberal, y de la forma en que esta ideología facilitó la transformación de los antiguos partidos de masas de la era industrial en los nuevos “partidos líquidos” de las décadas de 1990 y 2000 diseñados luego de los partidos profesionales/electorales estadounidenses. Estos partidos, cuyo cinismo ha sido captado en la imaginación pública por series de televisión como House of Cards y The Thik of It, han sustituido los antiguos aparatos con miembros astutos, facciones y encuestadores con consultores comunicacionales.
Así, cuando gente de distintas convicciones se oponen a los partidos políticos, ellos pueden tener diferentes tipos de partidos en mente. Sin embargo, parecen pensar que hay algo inherentemente mal en la forma de partido como tal.
Organizando a las Masas Populares
¿Por qué, entonces, el partido político está haciendo su retorno, a pesar de todas estas críticas?
Este resurgimiento, observado en estos últimos años por varios autores como Jodi Dean, es un reflejo de la necesidad política fundamental de la estructura de partido, particularmente en tiempos de crisis económica y creciente desigualdad. El partido político es la estructura organizacional a través de la cual las clases populares pueden unirse y desafiar el poder concentrado de los súper – ricos y de los oligopolios económicos; esto es, desafiar a los mismos actores que han usado las crisis financieras para imponer una espectacular transferencia de riqueza a su propio favor.
Años de neoliberalismo convencieron a varios de que sus necesidades materiales podrían ser satisfechas a través de su esfuerzo individual, emprendimiento y competencia individual, a través de la supuesta meritocracia del sistema. Pero el fracaso del capitalismo financiero en la creación de bienestar económico ha convencido a varios de que el único camino para avanzar en sus intereses es reunirse nuevamente en una asociación política organizada.
Esta reacción casi instintiva a las dificultades económicas sirve para demostrar el continuo rol del partido como el medio a través del cual una unidad de clase puede realizar una voluntad colectiva y convertirse en una fuerza política. En efecto, este entendimiento ha sido discutido largamente en la tradición marxista; desde el análisis de Karl Marx y Friederich Engels en El Manifiesto Comunista, a la discusión de Lenin sobre la vanguardia del partido, las notas de Antonio Gramsci en el “príncipe moderno” en los Cuadernos de la Cárcel, y por cierto la reflexión de Nicos Poulantzas en Poder Político y Clases Sociales. El partido Leninista de vanguardia y los partidos social demócratas de masas aportaron diferentes soluciones sobre cómo alcanzar esta misión. Con todo, ambos terminaron levantando vastas burocracias para atender la tarea que Gramsci llamó “centralizar, organizar y disciplinar” las masas de partidarios.
Robert Michels, uno de los pioneros en la teoría moderna del partido, atacó esta burocracia burguesa como la raíz del “régimen de hierro de la oligarquía”. Pero incluso aquello, el sostuvo que esta emergencia reflejaba una necesidad fundamental de la organización de masas. “La organización, construida sobre el principio del mínimo esfuerzo, es decir, sobre la mayor economía de energía posible, es el arma de los débiles contra los fuertes”. El partido entonces actúa como un “agregado estructural”, entregando a sus miembros un camino para hacer amalgama de sus fuerzas y sobreponerse a su aislamiento – el cual, como observó Nicos Poulantzas, en caso contrario define la experiencia de los trabajadores, constantemente desorganizados por la política del “divide y vencerás”, impulsada por el capital y el Estado.
Mientras que la burguesía está dividida entre varias líneas (por ejemplo, las divisiones entre el capital comercial, industrial y financiero), es mucho más simple para ellos el reunirse, dado su número mucho menor y su posesión sobre sitios clave para la reunión social, como resorts, campos de golf, logias masónicas, Rotary clubs, para no hablar de los juramentos de sangre celebrados a través de los matrimonios. Enfrentados a esta densa oposición, los partidos políticos son fundamentalmente “armas de los débiles”.
Así como ha escrito el sociólogo estadounidense Anson D. Morse, existen formas de “convertir los varios en uno”, uniendo las fuerzas que de otro modo estarían dispersas con el objetivo último de presentar un desafío creíble en contra del poder económico concentrado. Esto es precisamente el por qué ha sido siempre vistos con desprecio por las elites liberales, pero también vistas con sospecha por la pequeña burguesía, la cual, como el sociólogo francés ha sostenido, está temerosa de soportar una estructura impuesta sobre sí y perder su autonomía individual.
Hoy, enfrentamos una economía digital que está dividiendo y aislando a los trabajadores a través de la subcontratación, la reducción de personal y la supervisión algorítmica a distancia – visible, por ejemplo, en las compañías como Uber y Amazon. En este nuevo contexto, la necesidad de que el partido actúe como un “agregado estructural”, reuniendo el poder de varios individuos aislados, es más importante que nunca. Esto es especialmente cierto dado que mientras los partidos están nuevamente al alza, como demuestra su militancia creciente, esto no puede decirse sobre los sindicatos y otras formas tradicionales de organización popular.
En la era posterior a la crisis, los partidos políticos deben, por supuesto, atender a las tareas de la representación política, cuya necesidad se está volviendo evidente una vez más. Pero parece ser que también deben compensar por el fracaso comparativo de otras formas de representación social, para expresar los intereses de los trabajadores y las justas concesiones de los empleadores.
En suma, no debería sorprender que en tiempos marcados por una grotesca inequidad social e individualismo desenfrenado, el partido político esté volviendo con fuerza. Claramente, el “príncipe hipermoderno” (para distinguirlo del “príncipe moderno” descrito por Gramsci) es muy diferente del partido burocrático de la era industrial, a pesar de su intento similar de construir espacios de participación masiva. Como se más claramente en nuevas formaciones como Podemos y Francia Insumisa, las organizaciones políticas emergentes tienen a menudo una estructura de dirección central muy pequeña y ágil, que las hace parecerse al modelo operacional “austero” de las compañías “start-up” en la economía digital.
Estas formaciones parecen preferir etiquetarse a sí mismas como “movimientos”, debido a las asociaciones negativas que el partido político aún evoca en la izquierda. Pero los partidos políticos son lo que son en última instancia. Se entienden mejor como esfuerzos para innovar la forma de partido y adaptarla a sus circunstancias presentes, en los cuales la experiencia social y los patrones de vida son totalmente diferentes de las condiciones de la era industrial en la que surgió el partido de masas. Están surgiendo en un contexto en el cual las ramas locales, los cuadros y el complejo sistema de delegación típico de los partidos socialistas y comunistas tradicionales se han vuelto en gran medida ineficaces.
Los activistas están tratando de hacerse cargo de este desafío mediante el uso de una variedad de herramientas digitales, incluyendo plataformas de participación online, basada en el sistema de Una persona un voto, en el cual todos los militantes registrados están llamados a participar en decisiones tomadas en plataformas de participación en línea. Como describo en El partido digital: Organización política y democracia en línea, hay un intenso debate dentro y fuera de estas formaciones sobre si este cambio de “democracia delegada” a democracia directa en línea es realmente una mejora. Y, de hecho, algunas de estas organizaciones se están alejando del “régimen de hierro de la oligarquía” denunciada por Michels, sólo es para estrellarse en un “plebiscitarianismo”, acompañado por un carismático liderazgo – una especie de “hiperliderazgo” en la parte superior.
Sin embargo, en general, esta transformación organizacional debe ser bienvenida como intento audaz de revivir la forma de partido. Esto es particularmente cierto en una era en la que es claramente necesario agrupar a las clases populares en un actor político común para sacudir un equilibrio de fuerzas es abrumadoramente cargado en favor de las elites económicas. Abordar este objetivo estratégico planteará preguntas conflictivas sobre el poder y la organización interna que por mucho tiempo los activistas de izquierdas han evadido durante demasiado tiempo.
Al contrario de lo que algunos han dicho sobre el cambio de milenio, no hay forma de “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Y no hay manera de tomar el poder y cambiar el mundo sin reconstruir y transformar los partidos políticos.