“Esto no es un hecho aislado, corresponde a los mecanismos de un gobierno burgués que desea aplacar el avance de los explotados. Es bueno que todos los trabajadores entiendan que lo que hoy tenemos, lo hemos logrado con sacrificios y a costa de estos dolorosos hechos. Pero que sepan ahora estos señores de capa y balas, que jamás volveremos atrás, nunca entregaremos el pedazo de historia que hemos recobrado para nuestro pueblo. Lo único que estamos decididos a lograr, es el poder para nosotros los mineros, los obreros y los campesinos”, Amador Ahumada, Diario Andino, 10 de marzo de 1973.
Por Gabriela Bustos P.
Pese a ser uno de los hechos que marcaron el movimiento obrero en la Región de Atacama, de la masacre en El Salvador poco se sabe. Si bien esto podría fundarse en la lejanía de la ciudad minera, la teoría se cae cuando sus mismos habitantes desconocían el suceso. Por eso, y por el arraigo que siente por su tierra y su gente, el historiador René Cerda se embarcó hace años en una invaluable tarea: reconstruir los hechos desde la memoria, y contar abiertamente la crudeza de lo ocurrido.
Nacido en Potrerillos, y criado entre esta localidad y El Salvador, no fue hasta cuando iba en cuarto medio que se enteró de la masacre. “Recuerdo que alguien consiguió una Revista Vea que traía un especial de eso. Las fotos comenzaron a circular en una página de internet, y ahí empezamos a asociar muchas cosas, como que la plaza que está al lado del liceo, que conocíamos como Plaza de los Muertos, no era un homenaje a los caídos en dictadura, sino que tenía que ver con esto”, recuerda.
“Empecé a comunicarme con dirigentes sindicales, para reconstruir lo que había pasado. Había un caballero, Guillermo Weber, al que le llegó un balazo esa vez, entonces tenía harta información. Él y Egidio Masías, que era dirigente sindical, y lamentablemente falleció el año pasado, fueron quienes me ayudaron a escribir esta historia. De hecho Egidio hizo los contactos con la Municipalidad de Diego de Almagro para que publicaran la primera edición de mi libro: “La masacre de El Salvador: Huelgas, represión y solidaridad obrera en los Campamentos Mineros del Cobre 1965-1966”, cuenta René.
Para contextualizar, señala que es necesario entender que la de El Salvador es la primera de tres masacres que ocurren en el gobierno de Frei Montalva, teniendo lugar las otras dos en Santiago y Puerto Montt, y siendo esta última la más conocida por su magnitud y violencia, recogida en una popular canción de Víctor Jara. “Después pasa que como la Democracia Cristiana se da vuelta la chaqueta y pasa a ser, entre comillas, de izquierda, Frei se coloca como un ejemplo de presidente en dictadura, figura que se potencia con la idea de que lo mata este régimen. Entonces esa parte de la historia, de las masacres, se obvia. Sobre todo la de El Salvador, que fue la primera. Por otro lado, al estar tan cerca de ese periodo, y comparado con los horrores de la dictadura, esto pasa mucho más piola”, explica.
Reconstruyendo desde la memoria
Licenciado en Historia de la UdeC, y Magíster en Historia de la USACH, René ha dedicado su carrera a rescatar la memoria local de El Salvador, Diego de Almagro, Chañaral, Barquito y Potrerillos. “El sentido que yo le di siempre a este libro, es demostrar que han ocurrido cosas terribles, y que se han ganado cosas con huelgas también. Quisiera entregar ese insumo a los jóvenes y trabajadores”, sostiene el profesional que actualmente vive en Concepción.
Para reconstruir la historia, comenzó revisando periódicos y revistas de la época, desde donde pudo obtener una base más general de lo que había pasado. Pero sin duda, lo que le permitió armarla a cabalidad, fueron las ocho entrevistas que hizo a testigos y familiares de las víctimas. “La de Guillermo Weber fue una de las mejores. También conversé con una familia completa que estaba en el sindicato ese día. Estuve con la hermana de una víctima que hoy vive en Flamenco, y me reuní en El Salvador con la hija de un caballero fallecido allí. Con esos testimonios junté las piezas y pudimos armar lo que no decían los periódicos, esas percepciones del momento. También entrevisté a quienes en ese entonces eran niños, porque durante ese periodo los milicos dormían en la escuela, entonces hubo varias conversaciones”, cuenta.
De este modo pudo comprobar lo que pasó aquel día, cuando un grupo de obreros en huelga se encontraba en el sindicato junto a familiares, y fue sorpresiva y violentamente reprimido, en medio de tres ráfagas de disparos con armas de guerra. “Era apenas solo un niño, cuando vio esa masacre. Se asustó el alicanto, y el cobre enlutó el silencio. Esta historia me da pena. Es la historia de hombres rudos, que trabajan en las minas, sacando el metal duro. Un día en el sindicato, todos juntos reunidos, hombres, niños y mujeres, algo injusto habían pedido. Fue un día 11 de marzo, que la historia enrojeció, corrió sangre de los mártires, que ya un día murió. Esta es la historia, es una historia verídica, ocurrida en 1966 al norte de nuestro país Chile. Tirados allá en la pampa, nueve cuerpos mutilados. La mujer embarazada que a balazos también murió, su cuerpo quedó templando a un niño en sus entrañas. Que terrible esta historia, la masacre del Salvador…”, versa el poema de Magali Moscoso, mujer salvadoreña que vivió los acontecimientos, y los plasmó como una manifestación artística del caos al que se vieron enfrentados los obreros, sus esposas, hijos y el resto de la comunidad, que entre el aroma a flores y lacrimógenas, veló a sus víctimas en el sindicato, y posteriormente las cargó en una dolorosa procesión fúnebre.
Aunque no existen registros de cómo se vivieron las conmemoraciones de este hecho, relatos populares confirman que se recordó los años posteriores (1967, 68, 69 y 70). Luego de eso, cuando comienza el gobierno de la Unidad Popular, el periódico Andino, de El Salvador, pasa a ser un órgano de difusión de trabajadores del cobre, y no de la empresa. “Ahí era un diario súper bacán que mostraba todo lo que hacían los trabajadores, fueron tres años de mucha información, donde queda claro que se hicieron esas conmemoraciones hasta el 73. Me dijeron que después de eso se trató de seguir, pero fueron reprimidos”, sostiene René.
Cuando se cumplieron 40 años de lo sucedido, se hizo un acto en el que participaron personas que estuvieron presentes el día de la masacre, y además se inauguró un monolito en la plaza. Para los 50 años en cambio, a nivel sindical no se hizo nada en El Salvador, salvo una exposición de fotografías que fue montada afuera del supermercado, por iniciativa de René Cerda. Sin embargo, el joven cuenta que en otros lados si se recordó la fecha. “A mí me invitaron a Salamanca, donde vive mucha gente salvadoreña de esa época. Ahí se hizo un acto, se leyeron poemas, hubo música, y una exposición de objetos mineros que la gente fue llevando. Estuvo súper bonito, y fue la conmemoración más grande por los 50 años”.
Entre las actividades típicas, destacan en la memoria colectiva las romerías que se hacían cada año, en honor a Delfín Galaz, única víctima enterrada en el cementerio del campamento. “Eso es algo que la gente tenía muy presente, incluso iban desde otros lados para llevarle flores. Cuando yo voy a Salvador, paso a dejarle también, y veo que siempre tiene, se nota que alguien más ha ido”, explica.
Por otro lado, y tal vez como el recuerdo más simbólico en la ciudad, está la popularmente llamada Plaza de los muertos, que en realidad se llama Plaza 11 de marzo, y que fue una de las primeras obras del gobierno de Salvador Allende; además existe una placa con los nombres de los y las fallecidas, que regalaron los trabajadores de Mademsa a los de Salvador, y que ahora está dentro del sindicato.
A nivel más macro, está la Población 11 de marzo, construida en tiempos de la Unidad Popular, para albergar a los cerca de 300 trabajadores que fueron despedidos tras la masacre, y recontratados por orden de Allende. En Diego de Almagro también se replicó este nombre, pero en tiempos de dictadura, pasó a llamarse Los Héroes, cambiando también los nombres de las calles, que hasta entonces, recordaban a las víctimas. “También en Santiago, cerquita del Estadio Monumental, hay unos pasajes que tienen los nombres de todos los muertos. Yo creo que se mantienen porque deben haber pasado piola en la dictadura y quedaron, debió ser iniciativa de gente de ahí, porque son ocho calles con estos nombres y otros con gente de izquierda”, cuenta René, recopilando los distintos homenajes que existen.
“Lo importante es que igual se han hecho cosas para no olvidar lo que ha ocurrido, esta investigación responde a eso también, a recuperar la historia y a demostrar que la masacre ocurre porque la gente de Salvador era súper cuática para las huelgas, y lo fue hasta los 90”, explica haciendo referencia a que el trabajador de cobre más radicalizado, históricamente, fue el de Salvador. “Más que el de Chuqui, Teniente y Andina, siempre las mayores huelgas fueron acá. Huelgas solidarias, huelgas largas. Incluso los primeros sindicatos que se pararon contra la dictadura, fueron los de Salvador. Entonces la represión también responde a eso, a un proceso en que la gente tenía mucha consciencia de clase”.
Sindicatos mineros: evolución y retrocesos
En su opinión, las características del minero antiguo al que se refiere, están fundadas en que la zona en que se desenvuelve es históricamente de izquierda, y además es un sector al que llegaron muchos trabajadores del salitre, que ya venían con un bagaje de manifestaciones. Por otro lado, señala que la vida en el campamento era particular, y al contar con tantas comodidades que entregó la empresa a los habitantes, no existían problemas económicos, por los que el carácter de las huelgas fue siempre mucho más político.
Para René, eso cambió considerablemente. “Desde que cae la dictadura, los sindicatos de Codelco entran en un proceso de receso, y por primera vez logran ser coartados por el Estado, en parte porque los dirigentes pertenecían a los partidos gobernantes. Responde también al miedo, porque en Salvador se reproducen lógicas dictatoriales como ‘el sapeo’, por ejemplo, si tu hijo es dirigente estudiantil en el liceo, se le llama la atención al papá en el trabajo. Esas lógicas de castigo ante la movilización, siguen existiendo. Entonces considerando todo eso, es que los sindicatos por primera vez amarillan, específicamente en El Salvador, porque los otros lo hacen antes. Lo único que corta un poco ese proceso, es la irrupción de los subcontratados, que entran a romper esa lógica, también desde los partidos, pero mucho más radicalizada y comprometida”, cuenta René, dando como ejemplo los paros del 2011, que se dieron a la par con los estudiantiles.
“Se retrocedió mucho en los 90, y recién hoy en día se está recuperando un poco. Yo creo que falta mucho todavía sí. El trabajador del cobre se aburguesó mucho, el Codelco y el subcontratado, no tienen arraigo con la tierra, con la gente, las familias. Hoy en día los sindicatos negocian para ganar más plata, tener más bonos, y esas cosas, y no creo que esté mal, no estoy de acuerdo con la gente que critica que ganen tanto, pucha, bacán, ojalá todos los trabajadores tuvieran esos bonos, pero el ámbito social se abandonó”, opina.
Para el joven, esa falta de sentido de pertenencia atiende a la lógica del neoliberalismo, pues rompe el arraigo de la gente con la tierra, privilegiando a quienes vienen de otras zonas, desplazándose cientos de kilómetros para trabajar. “Eso es más rentable para las empresas, ahí priman las lógicas económicas de Codelco. Es como lo que pasó en Potrerillos, fue cerrarlo y destruirlo. En el caso de Salvador, es el único campamento que resiste, y está ahí desde el año 80 escuchando que se cierra, que será en el 90, en el 2000… el fantasma del cierre siempre está presente”, explica el historiador.
Nelson Quinchillao y la normalización de la violencia
Pese al evidente retroceso que vivió la lucha sindical, René recuerda lo potentes que fueron las movilizaciones hace algunos años, particularmente en el 2007 y 2008, cuando Salvador estuvo sitiado durante meses por empresas contratistas, aunque claro, instancias como éstas también hacen recordar el lado más álgido de la historia y su represión.
Para el profesional, por frio que parezca, que pasaran cosas como la masacre de Salvador en otra época, no era extraño. “Esa violencia estaba normalizada. Era común que en una huelga se matara a alguien. En este caso, fueron seis trabajadores y dos mujeres, pero la lógica en ese entonces era ‘tampoco es para tanto’. Incluso se cuentan estas tres masacres, porque hubo más víctimas, pero lo cierto es que en el gobierno de Frei, hubo como 20 protestas que culminan con personas fallecidas, ya sean campesinos, pobladores, trabajadores o estudiantes”, explica René, haciendo un paralelo con lo que ocurre hoy.
“La represión responde a eso, es el Estado dando un ejemplo de ‘aquí estoy yo, y yo mando’, por eso mismo en el 2015 se mata a Nelson Quinchillao. La reflexión que hago ahí, es que hoy en día estamos viviendo un proceso similar, donde se está normalizando la violencia por parte de las fuerzas armadas. Por ejemplo, para el terremoto en 2010, sacar a los milicos a la calle en Concepción, fue una gran discusión, pero se hizo, y ahora pasa algo y se sacan los milicos al tiro. Se dejó de cuestionar que ellos se metan en temas civiles. Lo mismo con la represión, que hoy en día le manden una lacrimógena en la cara a un cabro, no es extraño si andaba protestando”, sostiene René, explicando que a su juicio, la sociedad chilena está sufriendo un proceso de derechización muy potente, que está dejando como resultado la normalización de la violencia en todos los ámbitos. “Se mató Nelson Quinchillao, pero antes se había matado a Rodrigo Cisternas acá en el sur, o a Manuel Gutiérrez en protestas estudiantiles. Entonces estamos encontrando normal que nuevamente se asesine a gente en manifestaciones. A eso responde que el proceso de Quinchillao haya pasado tan por encima y que no se condene a nadie. Es el caso de todos los muertos en democracia, desde Daniel Menco en Arica, Alex Lemún en el sur, y todos los Huiechafe que han matado acá en el Wallmapu. La realidad es que ya es común que no haya procesos cuando se asesina al pueblo”, lamenta.
Sin embargo, en su opinión no basta con acostumbrarse, y muy por el contrario, su llamado es a reaccionar. “Lo que se tiene que hacer, es no olvidar. Yo creo que el proceso de memoria tiene que ser ese, no olvidarse de las cosas que ocurrieron, pero tampoco quedarse en esa única lucha, ya que éstas también se dan respondiendo, y con la autodefensa. Yo creo que si hoy en día hay una huelga, no puede ser de batucadas y cartelitos, los trabajadores tienen que estar preparados para responder a la violencia de la política”, expresa.
En ese contexto, y como un aporte al rescate de los ejemplos de lucha sostenidos históricamente, René está preparando para este año un libro de la Nacionalización del Cobre, que incluye un capítulo de la masacre, pues durante estos años ha seguido investigando y ha notado que la de Salvador no fue una huelga aislada, sino que estuvo fundada en este objetivo colectivo, siendo la más grande en ese periodo, y alcanzando el punto más álgido en las movilizaciones. A la vez, planea escribir una segunda parte del libro, incorporando mucho más material que ha ido acumulando, como por ejemplo lo contenido en 50 cajas de archivo del Sindicato de Potrerillos. Aunque no tiene fecha programada, estima que los resultados estarán dentro del 2019.
Por otro lado, y sumado a su libro “Gol en el campo, paz en la tierra: una historia de política, revolución y fútbol”, está preparando la historia de Cobresal, desde su nacimiento como respuesta a las movilizaciones de los 80, así como desde su vinculación con la política y la comunidad; texto que vería la luz el próximo año, cuando el club celebre su cumpleaños número 40.
Por último, y recogiendo gran parte de lo anterior, quiere escribir la historia completa del Complejo Minero Potrerillos-Salvador, que estaría dividido en cuatro libros. El primero, desde el año 1917, abarcaría las luchas por la subsistencia hasta 1951. Luego, el relato sería desde ese año hasta 1976 cuando se crea la Confederación de Trabajadores del Cobre y comienza la lucha por la Nacionalización, hasta la creación de Codelco. Del 76 al 90, recogería la lucha contra la dictadura, para posteriormente, en el último libro, contar lo sucedido desde el 90 hasta la muerte de Nelson Quinchillao.
Aunque la meta es auspiciosa, René canaliza todos sus esfuerzos en conseguirla. Prueba de ello es que a donde viaja intenta reunirse con personas que vivieron en Salvador, Potrerillos y Barquito, para ir sumando testimonios. En esta dinámica lleva alrededor de 30 entrevistas, en donde además de la masacre, se habla de cómo era la vida en los campamentos, la niñez, la relación cotidiana con la industria y la contaminación, y todas esas particularidades, que bien sabe, son invaluables. “Hay que hacerlo ahora, porque se están muriendo ya los viejitos. De hecho han fallecido ya algunas personas que entrevisté. Hay que rescatar esa memoria y contarla antes de que desaparezca por completo”, sostiene René, convencido de que solo conociendo la historia y aprendiendo de ella y su gente, se podrá evitar que hechos tan cobardes y reprochables como la masacre, se sigan repitiendo a tal punto, que ya no nos parezcan extraños.
Versión online del libro: