Trabajo no remunerado y reproducción de la vida

Por Fernanda Flores, Mesa Feminista Convergencia 2 de abril

Para efectos introductorios y de unificación de conceptos para este texto, entenderemos el trabajo no remunerado como toda actividad humana que no tiene valor de cambio en el mercado, y que tiene relación con la reproducción y la subsistencia de la humanidad.

En este contexto, el trabajo no remunerado, que realizan principalmente las mujeres, comprende el trabajo doméstico, el trabajo de cuidados, la reproducción (tanto de la fuerza de trabajo como la reproducción de la humanidad en términos biológicos), el trabajo de cuidado respecto de otros y el trabajo voluntario o activismo en beneficio de la comunidad.  En este sentido, el trabajo de cuidados está intrínsecamente vinculado también al trabajo afectivo, ya que los cuidados y las labores que realizamos las mujeres están aparentemente relacionadas con la entrega de amor, desde esta perspectiva se nos valora porque son estos los valores que se nos asignan. Vinculado a esto último, hemos podido ver que el trabajo remunerado valora cada vez más las llamadas “aptitudes blandas” la capacidad de entregar confianza, fidelidad, credibilidad; las mismas características que debe tener una dueña de casa. Llama la atención que estas aptitudes se valoren a nivel del trabajo remunerado pero que permanezcan completamente invisibilizadas en la esfera del trabajo no remunerado que realizamos las mujeres.

Sin embargo, reconocemos que no somos las únicas que realizamos trabajo no remunerado, puesto que el capitalismo se nutre y beneficia de devaluar el trabajo de gran parte de la población –no obstante repercutir en actividades que sí generan ganancias respecto de quienes se aprovechan del mismo- ocurre, además de las mujeres, con los presos, con los estudiantes, con la trata de personas, con los migrantes, con los esclavos en algún momento de la historia. Todos sometidos a la macabra división salarial del trabajo.

En lo que respecta al trabajo no remunerado realizado por las mujeres, el objeto de este texto, es plantear ciertas ideas en lo relativo al trabajo doméstico, el trabajo de cuidados y el trabajo reproductivo, pero sin intención de desconocer la enorme presencia de las mujeres en las experiencias de trabajo voluntario o activismo en beneficio de la comunidad; porque a partir de estas vivencias podemos extraer aprendizajes que nos permitan hablar de soberanía sobre nuestra vida.

Luego de las luchas sociales de mediados del siglo XIX, cuando en Europa las luchas obreras logran la disminución de la jornada de 15 horas diarias y mejoras laborales en general, se dejó de ver al trabajador como una máquina cuya fuerza de trabajo podía explotarse sin importar que ello mediara muerte en el corto plazo. En este contexto, era necesaria la reproducción del mismo; no solo la reproducción biológica, sino que también la reproducción de su fuerza de trabajo. Era preciso, hacerse cargo de su salud, de su alimentación, de sus emociones, de sus deseos. Es ante esta necesidad que, surge el trabajo reproductivo de la mujer como factor determinante en la cadena del trabajo productivo [1]. Así, el ejercicio del poder de parte del empleador no solo se desplegaba en las fábricas, sino que se extendía al hogar. El hogar que, ahora, con menos horas de trabajo, podía existir como un espacio de encuentro, para generar nueva mano de obra y para reponer la existente [2]. No fue fácil lograrlo, ya que se debió incurrir en todo un proceso de glorificación de la familia nuclear como espacio privado, inaccesible al colectivo pero a disposición del capital. Sería en la familia donde el trabajador encontraría a lo menos un plato caliente y una cama en la cual dormir, además de la satisfacción de sus deseos sexuales, y apoyo emocional –muy necesario ante la precarización de la vida que genera el capitalismo- sino que también como un espacio en el que los niños son convenientemente adoctrinados para adaptarse al estatus quo de la sociedad y se convierten en futuros trabajadores. Fuimos nosotras las llamadas a cumplir estas funciones y se nos dijo que lo haríamos con amor, que pariríamos con dolor, que no levantaríamos la voz, que no seríamos libres.

El capital, para valerse de este aporte en su completo beneficio, lo hizo gratuito para quitarle la categoría de trabajo, lo invisibilizó y lo adhirió a nosotras, como si hacer las camas o preparar la comida fuese un atributo de nuestra personalidad y parte de nuestra esencia. Sin embargo, en realidad se requieren décadas para que una mujer prepare a una niña para realizar estas funciones, años de adoctrinamiento en el hogar, de que nos llamen a nosotras a poner la mesa y hacer las camas mientras nuestros hermanos ven la tele o juegan fútbol. No por nada Simone de Beauvoir dijo que se llega a ser mujer. Y ¿qué es ser mujer? Sino lo que una cultura patriarcal ha deparado para nosotras.

Pero, en definitiva, fue toda nuestra vida la que pasó a ser un factor determinante en la cadena del trabajo productivo, fue nuestra vida entera la que se dispuso al servicio del capital, es decir incluso las relaciones que generamos en lo que se ha llamado espacio privado, están dispuestas en pos de la producción. Silvia Federici, al plantear esta idea, se refiere a que “la distinción entre sociedad y fábrica colapsa, por lo que la sociedad se convierte en fábrica y las relaciones sociales pasan a ser directamente, relaciones de producción” [3]

Se nos dijo que nuestro trabajo no valía, que eran actividades repetitivas y simples en el ámbito de lo privado, de lo no productivo. Pero ¿Es realmente no productivo un trabajo que genera dinero para el capital? Si consideramos que el trabajo no remunerado está presente en la adquisición del salario mediante la preparación y reproducción biológica de la mano de obra, en el proceso de adquisición de mercancías -puesto que son mayoritariamente las mujeres las llamadas a la determinación de las necesidades del hogar y su administración- y, en el proceso de transformación de esas mercancías en productos consumibles mediante su preparación, sea comida, sean medicamentos, sean artículos de limpieza, lavado de ropa y reparación de vestuario.  Todo este proceso repercute en la preparación y reproducción biológica de la fuerza de trabajo, como si se tratara de un loop infinito y tortuoso, por lo que podemos decir que el trabajo no remunerado de las mujeres sí se encuentra presente, pero invisibilizado, en el movimiento general del capital. Y no solo invisibilizado, sino que también menospreciado y devaluado, no está demás decir que en esta devaluación se nos ha reducido a un cuerpo en pos de la reproducción de la humanidad “parirás con dolor” dice la biblia, definiendo nuestro ineludible destino materno y de culpa, siempre la culpa.

Reconocemos que en los últimos años en el mundo –en Chile particularmente desde finales de los 80 hasta ahora- se produce un aumento exponencial de ingreso de las mujeres al trabajo remunerado o asalariado[4], los motivos fueron la independencia económica, las jefaturas de hogares femeninas, la necesidad de obtener un sueldo decente en conjunto con la pareja ante una situación de desvalorización en general del trabajo remunerado. Ante esta nueva realidad, se podría haber pensado que las labores no remuneradas del hogar se verían disminuidas, sin embargo, ello no ocurrió y las horas destinadas al trabajo no remunerado permanecieron prácticamente intactas. Así lo demuestra por ejemplo la Encuesta Nacional de Uso del tiempo de 2015, según la cual las mujeres hoy dedicamos tres horas más a las tareas del hogar que los hombres. Nos encontramos, creemos, ante una crisis. Esta crisis se produce porque las mujeres nos estamos enfermando producto de que a las altas jornadas laborales se suma el trabajo que debemos realizar cuando llegamos a nuestro hogar, nuestra salud física y mental acusan recibo de nuestra doble jornada laboral, una pagada con sueldos miserables y la otra pagada, supuestamente, con amor.

Esta crisis, se suma a la crisis de cuidado en general a la que asistimos hoy, en la que no solo los hijos de las mujeres y hombres que deben salir del hogar a trabajar permanecen a la deriva sin atención y cariño suficientes, sino que también la población adulta mayor ha sido profundamente relegada, con pensiones que no alcanzan para sobrellevar esta etapa de su vida en la que ya no son productivos para el capital, despreciando su capacidad de sistematizar sus experiencias y de transmitir aprendizajes. En un sistema al que solo servimos en la medida que seamos autosuficientes, preocuparse por aquellos que no lo son es un acto profundamente revolucionario.

Pero, ¿cómo nos hacemos cargo de esta crisis?

Una alternativa que ha dado el mercado ha sido la monetarización de los trabajos domésticos y de cuidados, especialmente mediante el pago a una trabajadora del hogar o empleada doméstica; así como en otros países la tecnología ha permitido la creación de robots que hacen las labores de enfermera para la población adulta, las cuales pueden ser adquiridas a un alto costo monetario y también humano debido a la soledad que trae aparejado el hecho de que se haga cargo de ti un robot que no puede suplir las necesidades afectivas. Otra alternativa es la estatización de este tipo de trabajo, mediante el fortalecimiento del Estado de bienestar el cual entregue los servicios sociales necesarios para la reparación, recuperación y reproducción de la fuerza de trabajo, mediante la entrega de, por ejemplo, salas cunas y lavanderías universales, comedores sociales, educación y salud gratuita y universal, políticas nacionales de cuidado que permitan integrar a la población que deja de participar del trabajo asalariado, y que velen por el cuidado de los niños.  Se ha propuesto también, dar solución a esta crisis a nivel de la familia, mediante la distribución equitativa de las tareas domésticas, la compatibilización de las horas de trabajo asalariado con las tareas de cuidado etc. Esta alternativa a nivel de la familia va acompañada la mayoría de las veces del pago a una persona externa para que se haga cargo del cuidado de los niños mientras los padres están trabajando. En Estados Unidos, en la década del 70, se levantó la demanda del salario por el trabajo no remunerado de las mujeres (WfH) a partir del resurgimiento y consolidación del movimiento feminista. En ese entonces, se dijo que, abordada políticamente, la demanda del salario no significaba querer que se reconociera el trabajo no remunerado como un trabajo productivo, porque ser productivos para el capitalismo era ser explotados; lo que se buscaba era abrir una veta a partir de la cual poder negarnos derechamente a realizar este trabajo no remunerado, significaba renunciar a su carácter de natural y rebelarnos ante la división sexual del trabajo impuesta.

Sin embargo, ninguna de estas respuestas por sí sola son suficiente. Pagar por el trabajo no remunerado agudiza la crisis global de cuidados que se traduce en la masa de mujeres que deben emigrar de sus países, que deben renunciar a cuidar a su propia familia y abandonar su hogar para hacerse cargo de hijos que no son los suyos, en precarias condiciones de trabajo, en la informalidad laboral y con pocos o ningún derecho social. En lo que respecta a la alternativa de la compartimentación de las labores domésticas, esto no ha resultado en los hechos ya que las mujeres seguimos teniendo la mayor carga de trabajo no remunerado en el hogar. Estas dos alternativas, además, generan el fenómeno de atomizar aún más la familia, generando una desvinculación de este espacio respecto a la comunidad, entendiéndola como un espacio aislado cuyos acontecimientos no tienen incidencia fuera de ella, es decir como un espacio privado con sus propias relaciones de poder. Esta interpretación ha sido cómplice a la hora de encubrir la violencia doméstica, ocultando de ella su carácter sistémico y estructural.

En definitiva, ninguna de estas opciones implica romper con el problema de la reproducción de nuestra vida al servicio del capital, a pesar de poder plantear demandas como las expuestas, es decir exigir al estado que se haga cargo de este trabajo no remunerado o instalar la demanda del salario por el trabajo que realizamos las mujeres. Debemos preguntarnos quién en definitiva se beneficia de que podamos reproducir satisfactoriamente nuestra fuerza de trabajo, y a quiénes estamos entregando nuestro salario en última instancia. ¿Nos estamos reproduciendo para ser mejores trabajadores explotados, y para entregar nuestro dinero a la banca, para obtener mejores créditos y seguir en el juego macabro de la deuda?

Creemos que, la alternativa real que nos permita tener un poco de soberanía sobre nuestra vida, sería apostar por construir nuevas formas cooperativas de comunidad que permitan la socialización del trabajo no remunerado que hasta el día de hoy recae sobre los hombros de las mujeres como una cruz. Es fundamental la creación de redes, de instancias colectivas, de comprender que la reproducción de la sociedad es problema de la sociedad toda, no podemos dejar la solución de esta problemática a quienes se enriquecen con nuestro trabajo. Sobre este punto, no deja de llamar la atención que han sido las mujeres quienes han acusado recibo de la expropiación de nuestros recursos naturales y de la importancia del territorio para generar proyectos de autonomía colectiva, asumiendo la defensa de los territorios y del medio ambiente. La Machi Francisca Linconao, perseguida por el Estado, Macarena Valdés y Berta Cáceres, asesinadas en su condición de activistas, son ejemplos de lo mucho que molesta la lucha por la autonomía de la vida.

Sabemos que este texto no da respuestas, porque no las tenemos y queremos construirlas entre todas, pero sabemos que -parafraseando a otras compañeras feministas- la lucha que emprendemos las mujeres por mejorar las condiciones de vida de otras mujeres, es una lucha política, la lucha por sobrevivir que encarnamos las mujeres en un sistema que nos mata, es una lucha feminista, la lucha por la autodeterminación, es una lucha feminista.

[1] Sin perjuicio, reconocemos que la subordinación de las mujeres a los hombres -que ha implicado el trabajo no remunerado de las primeras en beneficio de los segundos- se ha dado en las más diversas culturas y desde periodos precapitalistas. Ocupamos esta definición del momento histórico, arbitraria lo sabemos, para efectos de situar la importancia que tiene el día de hoy, en chile, el trabajo no remunerado de las mujeres, la evolución que permite su entendimiento y sus posibles puntos de fuga que llevan intrínseca a su vez, las posibilidades de transformación de una sociedad completa.

[2]A través de manuales, como la guía de la buena esposa, se marcaron pautas de comportamiento que respondieron a las necesidades del capital, es decir, la reproducción y mantención de la producción efectiva. Hoy en día este método sigue siendo servil al capital y al patriarcado a través, por ejemplo, de los estereotipos de belleza.

[3] Silvia Federici. Revolución desde el punto cero. Trabajo doméstico y luchas feministas.

[4] Es necesaria la precisión, de que las mujeres han trabajado desde siempre también asalariadamente, fuera del hogar como lavanderas, costureras, cocineras, remendadoras, etc. Hacemos la precisión del ingreso al trabajo remunerado entendiendo que comprende un trabajo más o menos formal con contrato de trabajo.

Autor entrada: Convergencia Medios