La nostalgia, definida como un anhelo profundo por retornar a un momento, situación, o lugar, es un sentimiento del que saben bien los Potrerillanos que cada año, sin importar el tiempo ni la distancia, viajan para regresar el tiempo atrás. Pero, ¿qué tenía de particular la vida en aquel campamento minero que marcó tanto a su gente? Las respuestas pueden ser muy diversas y profundas, aunque todas convergen cuando se habla de tranquilidad, alegría y fraternidad.
“Potrerillos nunca va a morir en nosotros, lo llevaremos siempre en el corazón”, cuenta Cecilia Toledo, nacida y criada en la zona cuyos cerros define como un imán, intentando graficar esa inexplicable conexión que la atrae a regresar. Radicada hoy en Diego de Almagro, viaja cada 1 de noviembre junto a su familia, para recorrer el pueblo que los vio nacer y crecer. En su caso particular, la mueven también los deseos de visitar a un hermanito pequeño, que descansa hoy en el cementerio del lugar. “Solo uno sabe lo que puede llevar en el corazón por dejar a sus deudos acá, tan solitos”, explica mientras saluda cariñosamente al Párroco Enrique Balzán y le pide que bendiga la tumba de su hermano. Tras una pequeña y profunda oración, continúa limpiándola y cambiando sus flores. “Ojalá nunca se termine esta tradición”, susurra refiriéndose a la visita que le permite revivir anualmente, esos preciados minutos de intimidad con un ser querido que ha partido.
Los deseos de Cecilia son compartidos por la Directiva del Sindicato N°2 de Potrerillos, que cada año se encarga de gestionar las dos subidas permitidas a la localidad. Una de ellas ocurre el 16 de julio, día en que se conmemora a la Virgen del Carmen, con una misa en la Iglesia que lleva su nombre; y la segunda oportunidad se da para la festividad de Todos los Santos, ocasión en que tras una liturgia y posterior ida al cementerio, los visitantes pueden recorrer parte de lo que fuera su hogar. “Cuando Potrerillos se declaró zona saturada en el año 98, la gente tuvo que salir de acá en un Plan de Erradicación que funcionó por etapas. Desde esa época hasta la actualidad, quedó acordado que en las fechas señaladas, la gente podría tener acceso al campamento. Y aunque año a año las cosas han ido evolucionando, por la contingencia que tenemos como Complejo Industrial, y por el deterioro de las casas, hemos mantenido nuestros esfuerzos y voluntades con la Administración de Codelco, para poder continuar con estas significativas visitas”, cuenta Waldo Gómez, Dirigente del Sindicato de Potrerillos, que históricamente ha sido el organismo encargado de gestionar los encuentros, tanto en su parte logística, como en la coordinación de los buses que llegan desde Ovalle, La Serena, Coquimbo, Copiapó, Diego de Almagro y El Salvador; ciudades bases en las que fue relocalizada la gente cuando emigró.
Para el Presidente del Sindicato N°2, organizar esta actividad tiene un sentido especial e íntimo, y es que tal como le sucede a las 700 personas que llegaron hasta el antiguo campamento minero en noviembre de este año, su conexión con la zona data de muchos años atrás. Nacido y criado en Potrerillos, Patricio Elgueta pertenecía a una de tantas familias que entre 1998 y 1999, tuvo que emigrar. “Mi familia llegó buscando trabajo. Cuando estaban los gringos acá, había una tradición en Codelco en la que si fallecía algún trabajador, una persona de su familia debía ingresar a la empresa. Fue así como mi mamá empezó a trabajar en la Pulpería”, recuerda el Dirigente, que con el paso de los años regresó a laborar en las tierras que en algún momento fueron su hogar. “La salida de acá fue muy triste para todos, algo traumático, y es que acá había cosas que no se ven en ningún otro lado, por eso se da el característico sentido de pertenencia, de enraizamiento”, afirma, mientras se refiere a las olimpiadas, los campeonatos, la celebración de festividades, los desfiles, entre muchos otros recuerdos comunitarios que viven en la mente de todos quienes se formaron allí. Para él, pese a lo valorable de la tradición, el compromiso de la empresa con la localidad, se ha sustentado por completo en un tema productivo, dejando de lado la conexión social. Sin embargo, sus proyecciones en el corto plazo son poder brindar a los Potrerillanos una visita de mayor calidad el próximo año, cuando la tierra que los congrega cumpla su centenario.
El sentido más profundo de la fraternidad
Como el testimonio del Dirigente Sindical, son muchos los que surgen al rememorar lo vivido décadas atrás. Basta con acercarse a la multitud, para oír a grupos de personas refiriéndose a lo potente que es para cada cual estar allá. Entre ellos, llaman la atención dos hombres conversando y sonriendo a un costado de la Parroquia. Se trata de Gilberto Órdenes y Manuel Tapia, que viajan desde Catemu y La Serena respectivamente, para reencontrarse con aquel pasado que los unió con uno de los lazos más profundos que se pueden formar: la amistad.
“Recuerdo los carros alegóricos, eso era súper bonito. Cada área, Mantención, Operación, hacía sus carros con un recorrido por acá. También la Fundición hacia olimpiadas, sacábamos candidatas a reina, nos disfrazábamos”, cuenta Gilberto, que además de ser nacido y criado en Potrerillos, regresó después de estudiar para trabajar 11 años en su zona. Es tal la emoción que le provoca estar allí, que cada año planifica sus vacaciones para que coincidan con esta fecha, y así poder venir una vez más. “Vengo de Catemu, donde vivo y trabajo ahora. Paso a buscar a mi mamá a La Serena, a mis dos hermanos y nos venimos. No queremos perder ninguna oportunidad, es que esto es muy bonito, acá te encuentras con amigos, con compañeros de curso de la básica. Llegas y te empapas de un sentimiento tan especial, que lo único que quieres es hacerlo durar un año más”.
Emociones parecidas tiene Manuel, su amigo de la infancia. “Yo mentiría si digo que durante la semana no sueño con Potrerillos, es que no hay cómo olvidar esto. Era tan lindo, que yo prefería no salir de vacaciones para quedarme todo el verano acá”, evoca mientras detalla algunas de sus memorias más significativas. “Teníamos un grupo que se llamaba Conexión. Se hacían muchas actividades en el verano, todo para poder sacar una reina. Era tan bonito, que hemos mantenido esa tradición por 40 años, ahora nos juntamos en La Serena sí. Somos cerca de 60 personas, y nuestra idea siempre es ir incluyendo a más, con sus familias ojalá, para que todos conozcan eso que vivimos cuando teníamos 14, o 16 años. Hacíamos veladas en el Teatro, un show, actividades comunitarias, deportes, tocatas en el Estadio Techado Viejo. Y lo mejor es que participaban todos, desde los trabajadores, hasta sus hijos”, cuenta Manuel, que intenta regresar cada vez que es posible, para rememorar lo vivido, y para visitar a su hermano en el cementerio.
Invaluable legado familiar
“Cuando llegamos, vivíamos al frente del Teatro, después nos trasladamos. Estudiamos en esa, la Escuela D N°4 primero, después se hizo otra para el norte”, cuenta Lorena González, señalando el lugar donde comenzó su formación. Para la mujer, fue allí donde surgieron sus mejores recuerdos de compañerismo y tranquilidad. “A pesar de verlo así como está, igual es bonito y emocionante. Desde que llega el bus, ver nuestros cerros, sus tonalidades. Ver la Plaza, acordarse de los desfiles, donde estaban los columpios, el Arenal, el Cerro de la Greda, el Agua Dulce. Ahora tienes que tener mucho para que un niño se entretenga, antes no era así, nosotros no necesitábamos más que esto”, describe Lorena. Mientras tanto, a una media cuadra de distancia se observa a un hombre que con una mirada profunda y llena de nostalgia, observa el pueblo en todas sus direcciones. “ Ese caballero por ejemplo, era muy conocido acá, él era el dueño de la Casa Bustos… Para todos acá fue muy duro irse”, relata y confiesa lo particularmente difícil que fue para su madre quien, como muchos otros habitantes, estuvo un largo periodo con depresión. “De a poquito se fue acostumbrando, asumiendo que no había vuelta atrás, porque como mucha gente, se fue pensando que iba a volver. Varios mantuvieron harto tiempo esa ilusión, y aunque no va a pasar, estoy segura de que si se diera la oportunidad de regresar, la mayoría lo haría”, sostiene convencida Lorena, que en esta ocasión regresó con sus hijos, su hermana y sus sobrinos, con el objetivo de mostrarle a los niños el lugar donde trabajó su abuelo, y donde ellas crecieron y vivieron la mejor etapa de sus vidas.
M ientras la mujer detalla cada recuerdo, su hermana Elizabeth asiente. “Hace 18 años que no subía, porque no sabía si el sentimiento al estar aquí iba a ser de tristeza por verlo destruido, o de alegría por todo lo que significó para mí, pero me doy cuenta que es lindo dentro de todo. Pese a que uno tiene el recuerdo de cuando se fue, de casas bien paradas, de hartos arbolitos, igual es potente estar acá, sobre todo con nuestros niños. Poder contarles cómo era la infancia aquí, los juegos, las personas. Teníamos mucho tiempo para compartir, y aunque antes no hubiera medios como ahora, acá no necesitabas nada más. No había diferencias, no importaba dónde viviera el otro, no sabíamos de prejuicios. A la hora de compartir, aquí todos éramos iguales”, explica Elizabeth González, que entre 1985 y 1996, vivió en Potrerillos junto a sus dos hermanas menores, su madre y su padre, quien fuera vigilante del Banco de Créditos en esa época.
“Siento que una parte de este pueblo me pertenece, así como yo pertenezco a él”
Tal como relata cada potrerillano, el sentido de pertenencia que tienen con su tierra, es un sello que va mucho más allá del arraigo que conecta a cualquiera con su ciudad natal. Lo sabe bien Osvaldo Fuenzalida, que tras vivir la mayor parte de su vida en el pueblo, ha regresado a él a trabajar. “De aquí son todos mis recuerdos de niñez, nosotros vivíamos en una burbuja acá, d ejabas tu casa abierta y nunca se perdía nada, todos se conocían, era un pueblo solidario, si alguno tenía un problema, todos le ayudaban. Al principio ir y venir nos daba mucha nostalgia, por la destrucción del pueblo, las cosas que ya no están. Pero ya me estoy acostumbrando, como trabajo acá 5×5 vengo seguido. Incluso cuando me ha tocado justo el descanso en esta fecha, he venido con mi familia. Me he reencontrado con gente que no veía hace años, es muy bello eso”, explica el hombre que actualmente se desempeña como Operador de Puente Grúa. “Yo creo que lo que pasa acá es en parte por la forma en que esto acabó, todos emigraron en poco tiempo, entonces queda ese sentimiento. Yo siento que una parte de este pueblo me pertenece, así como yo pertenezco a él, eso es lo que nos mueve, ese sentimiento grato y solidario. Hubo gente que le debe todo a esto, que su familia, sus hijos, surgieron acá. Las personas de Potrerillos son distintas, aquí éramos mucho más que vecinos, todos se preocupaban por los demás. Lo otro es que acá teníamos de todo, no necesitábamos nada más. La gente a veces no alcanzaba a estar todas las vacaciones afuera y volvía antes porque echaba de menos”, recuerda Osvaldo.
Para María Ramos, el sentimiento de arraigo es semejante. “Para mí Potrerillos es todo, incluso traje a mi hija para mostrárselo. Es lo más valioso que le puedo entregar, porque acá están los mejores momentos de mi vida. Está la Escuela, la Parroquia, la Plaza. No hay un solo lugar que destaque por sobre los demás, porque cada rincón es especial”, explica la mujer que llegó al pueblo a los cinco años, y se fue cuando por requerimientos mayores, ligados a los altos índices de contaminación, todos tuvieron que emigrar. “Yo había dejado de venir los últimos años, porque realmente da pena ver cómo se está perdiendo esto, pero luego fue eso mismo lo que nos dio fuerzas para comenzar hoy una lucha de unión para levantar nuestra tierra, y para pagar esa deuda que sentimos todos quienes la tuvimos que dejar”, señala María, Presidenta de la Agrupación de Potrerillanos en Copiapó, que nace con el objetivo de rescatar a Potrerillos como Patrimonio Nacional. Con 60 socios activos en la capital regional de Atacama, se está conformando un organismo similar en La Serena y uno en Santiago, pues la idea que convoca a los habitantes que hoy residen en distintos puntos del país, es en el corto plazo cobrar fuerza como Asociación, para luego abrir paso a una Federación, y en el mediano y largo plazo ser reconocidos como Confederación; todo ello con el objetivo de tener más peso en la Mesa Representativa de Santiago y en Codelco Central, según explica María. “Ya hemos tenido apoyo de la Mesa Ciudadana en Copiapó, y hemos estado yendo a talleres de capacitación, porque esta es una deuda que nosotros le tenemos a nuestro Potrerillos desde el momento en que nos fuimos, porque a pesar del riesgo que corríamos, nunca quisimos abandonarlo. Incluso ahora los reencuentros son indescriptibles, es un sentimiento que no se puede definir. Cada persona es un recuerdo, porque acá éramos una sola gran familia”, finaliza muy emocionada, resumiendo a la perfección lo que quiso plasmar cada cual con su testimonio al referirse al lugar, que mucho más que un simple pueblo, es el testigo primordial de la historia de sus vidas.
1 comentario sobre “Potrerillos: Memorias de un viaje al pasado”
Nilson Zepeda Donoso
(2 diciembre 2017 -14:56)Profundamente emotivo el re-encontrarse con ese campamento tan amado y, por lo mismo, inolvidable. Mil gracias, auroraroja por permitir la conexión. Las fotografías me llevaron inmediatamente a esos años de mi juventud, cuando ejercí en Potrerillos, entre los años 1968 y 1978. Por cierto, me gustaría mucho mantener contacto con las organizaciones que están luchando para que Potrerillos -el nuestro- nunca desaparezca de la órbita sentimental de quienes somos sus hijos.¿Cómo establecer el contacto?.
Un abrazo fraterno y profundamente emocionado…
Nilson Zepeda Donoso
Profesor Escuela D4.
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