Marisol Pávez,
Ser practicante en un hospital tan grande como el Hospital Regional de Concepción te vuelve casi invisible, es en esa posición que una, entre el ajetreo de las tareas diarias, observa y aprende sobre «cómo funcionan las cosas» y lo distinto que es a la forma en que te instruyen en las aulas; desde la posibilidad de contar con todos los insumos y medicamentos para una correcta atención hasta el trato con las usuarias.
Durante las últimas semanas logré observar innumerables negligencias del equipo médico que terminaron con pacientes embarazadas muy complicadas de salud, situaciones en las que, a pesar de haber insistido en la necesidad de hacer ciertos estudios o de ocupar ciertos medicamentos, el equipo médico hace oídos sordos y con pobre justificación niega ambos procedimientos. Esto llevó a preguntarme concienzudamente ¿por qué una persona concentra tanto poder sobre la vida de otra y al mismo tiempo muestra tanta indiferencia hacia ella? ¿Cómo puede llegar a la indolencia; la falta de trato; el no reconocer ni tocar a las pacientes; tratarlas de lejos, nunca por su nombre y como si fuera un saco con síntomas; sin una historia ni nada que aportar, situación mucho más agravada cuando la usuaria es pobre; con pocos estudios; indígena o proviene de una zona rural? Es en estos casos en los que las mujeres más precarizadas y vulnerables -o que no tienen las fuerzas o condiciones para alzar la voz y exigir un mejor trato- se ven perjudicadas de sobre manera por la simple desidia de un grupo de médic@s incapaces de levantar la mirada.
Las conductas obstétricas y ginecológicas hacia las usuarias en muchas ocasiones resultan irrespetuosas, como si sus embarazos fueran enfermedades y recayera sobre ellas toda la culpa por tan pecaminosa afrenta. Se realizan maniobras inadecuadas, no se respetan protocolos y se sigue insistiendo en manejos clínicos que son obsoletos según evidencia científica, evidencia conocida por la comunidad dentro y fuera del sistema de salud.
Encima, tenemos un sistema precario, mal gestionado y burocrático, estático y poco intuitivo de las necesidades reales, donde la democracia interna no es opción y las decisiones se toman entre cuatro paredes por médicos, generalmente hombres y jóvenes sanos que, además, no se atienden -en su gran mayoría- en el sistema público sino que están afiliados a una ISAPRE y, por tanto, jamás han hecho una fila para pedir una hora de atención o han estado años en una lista de espera por una consulta médica. No les interesa mejorar el sistema público, entre más gente se atienda en el privado más platita para sus bolsillos y más se desangra el otro.
Es en estos casos en que todo el peso del patriarcado-capitalista y racista es tan decidor, donde más duele, en la vida y bienestar de nuestro pueblo.
Como mujeres, estudiantes y trabajadoras del sistema de salud debemos poner todos los esfuerzos en cambiar la situación y desde lo más profundo de las entrañas del mismo, hacer cambios reales al modelo; sin parches; sacar de raíz las malas prácticas, la indiferencia y el lucro inmoral con personas que están pasando por un momento tremendamente vulnerable en sus vidas.