Por Fernando Quintana, ContraCorriente Santiago
El movimiento estudiantil secundario ha tenido una gran importancia en distintos procesos de lucha del campo popular. Un gran ejemplo de lo anterior es su decisiva participación en las jornadas de protesta contra la dictadura de Pinochet en la década de los 80. Más recientemente, las movilizaciones del 2006, conocidas como “la revolución pingüina”, fueron esenciales para acelerar el proceso de deslegitimación del neoliberalismo en Chile. Por último, los secundarios fueron un actor clave en el gran estallido estudiantil del 2011, la más grande movilización del último tiempo en nuestro país.
Pese al rol que históricamente han jugado, el panorama actual para el movimiento secundario es más bien complejo. Las demandas históricas por una educación estatal, gratuita y laica, la desmunicipalización, la extensión de la TNE a los 365 días del año, entre otras, apuntaban a desmantelar el sistema segregador heredado de la dictadura y los gobiernos de la concertación, y así conquistar una educación al servicio del pueblo. Sin embargo, tras años de lucha, dichas demandas han sido cooptadas por el gobierno de la Nueva Mayoría, vaciando las consignas de su contenido transformador y adaptándolas a cambios que no tocan en su esencia al modelo de mercado actual. Así, proyectos de ley “emblemáticos”, tales como el proyecto de inclusión escolar o el proyecto de desmunicipalización no responden al corazón de lo que fue la lucha de los secundarios: arrancar la educación de las manos de los empresarios y ponerla en manos del pueblo.
La cooptación de las demandas de los secundarios, vaciadas de todo su contenido transformador, ha sido posible gracias a dos factores profundamente relacionados entre sí. De un lado, las juventudes de la Nueva Mayoría (JJ.CC., y hasta hace muy poco RD), nucleadas en torno a la CONES, han operado como un factor de contención a la movilización de los secundarios, apoyando los proyectos del gobierno. Por otro lado, el movimiento secundario se ha visto desarticulado y carente de conducción. La ACES, otrora espacio donde se nuclearon cientos de liceos a lo largo de Chile, ha perdido buena parte de su alcance como espacio organizativo, y la existencia en paralelo de la CONES contribuye al escenario de desarticulación y división interna.
El desafío para el movimiento secundario es ciertamente difícil, pero no por ello menos necesario. Por un lado, debe recomponerse orgánicamente, volviendo a nuclearse en torno a sus demandas históricas. Por otro lado, entendiendo que el movimiento secundario está compuesto por los hijos e hijas de la clase trabajadora, debe ser capaz de sumarse a las distintas luchas que el pueblo ha venido levantando el último tiempo.
Respecto a la recomposición orgánica, va a ser esencial su capacidad de reinstalar su visión crítica a nivel de los estudiantes de base, con creatividad y rebeldía. Para esto, serán esenciales las instancias de discusión internas en los liceos a lo largo del país, donde temáticas como el cuestionamiento a la orientación del conocimiento, la lucha por una educación feminista, y la necesidad del control democrático de sus espacios educativos van a ser clave. Así mismo, las actividades de formación política, y las instancias de discusión entre liceos, tales como las que se pueden generar a través de coordinadoras barriales y territoriales, serán esenciales.
Respecto a las distintas luchas del pueblo que los secundarios deben asumir como propias, cobrará especial relevancia su capacidad de sumarse a la lucha de los demás actores del movimiento educativo. El cambio de directiva del Colegio de Profesores, que puso fin a la conducción del corrupto Gajardo, abre una gran oportunidad en este sentido. Los trabajadores de la educación también se perfilan como un potencial aliado estratégico. Además, será relevante profundizar los vínculos con los distintos zonales de la Coordinadora No + AFP, la participación en las distintas instancias del movimiento feminista y en los movimientos de defensa de los territorios.