Por Carolina Sepúlveda y Josefina Tampier
En pocos días se cumplirá un año desde la brutal agresión sufrida por Nabila Rifo en la ciudad de Coyhaique, a unas cuadras de su casa. Casi un año desde el día en que fue ferozmente golpeada hasta el punto de arrancarle los ojos, para luego ser abandonada en el frío de la madrugada en el sur de Chile, quedando a su suerte. Sin embargo, si bien ese día comenzó esta verdadera tortura para Nabila, no fue su término.
Desde entonces, no sólo ha estado en boca de todos la agresión sufrida por ella, sino que también aparecieron en el debate público cuestiones que revelan la cultura profundamente machista en que nos encontramos: se intentó justificar dicha agresión, se puso en la palestra la conducta sexual de Nabila, la forma en que decidía criar a sus hijos, cómo se vestía y con quién se relacionaba. Todo este cuestionamiento público no sólo quedó en manos de la prensa sensacionalista que se dio el lujo de llenar todos sus espacios con la agresión sufrida por Nabila y su vida privada, sino que también tuvo como actores a los órganos y sujetos encargados de su protección y resguardo, siendo todos ellos parte de un espectáculo que se transmitió en vivo sin ninguna crítica sustancial al machismo expresado en este hecho, y en el cual tanto los abogados como los jueces encargados de otorgarle tutela jurídica se sintieron con el derecho de juzgarla y opinar sobre su vida, antes que protegerla.
Hoy día, no obstante haber terminado este juicio con la condena de Mauricio Ortega, único sospechoso y condenado por el delito de femicidio frustrado y lesiones graves gravísimas contra Nabila, nos parece necesario como mujeres feministas, mirar con ojos críticos lo ocurrido y pronunciarnos al respecto.
Podemos empezar con la idea de que probablemente todas nos alegramos, sintiendo un poco más de tranquilidad, el día en que Ortega fue declarado culpable de los cargos que se le imputaban, y luego, mientras escuchábamos la sentencia en que se le condenaba a 26 años de presidio efectivo por la agresión brutal de la que fue víctima Nabila. Nos alegramos, por supuesto, porque finalmente, después de largos meses de protestar y de gritar hasta el cansancio «Justicia para Nabila», sentíamos que, en algún sentido al menos, se estaba haciendo justicia, y esta vez se inclinaba hacia Nabila y se pronunciaba en contra del sujeto que le cambió la vida, que la dejó sin ojos y que estuvo muy cerca de quitarle la vida.
Sin embargo, se hace necesario preguntarnos qué significa realmente el caso de Nabila. Qué significa para nosotras y para cada mujer en nuestro país que Mauricio Ortega haya sido condenado esta vez, porque, a pesar de que es cierto que este caso fue útil para visibilizar de una manera muy gráfica la brutalidad y el extremo de la violencia que sufrimos como mujeres en Chile, no es menos cierto que el mismo trato mediático del que fue objeto estuvo impregnado de violencia machista.
Por un lado, nos levantamos y acostamos leyendo comentarios en las redes sociales que intentaban justificar el hecho, que intentaban incluso culpar a Nabila con frases como «algo habrá hecho ella, a nadie le pasa algo así de terrible sin hacer nada». Igualmente brutal resulta reconocer que la realidad es esa, que las mujeres efectivamente vivimos con el miedo constante de ser víctimas de un ataque como el que sufrió Nabila, que tenemos que cargar con ese miedo sólo por el hecho de ser mujeres, y que la respuesta de la sociedad ante ello es un “algo habrán hecho”. Ejemplar resulta la pequeña entrevista realizada a Rosita Alvarado, amiga de años de Mauricio Ortega, en el matinal Muy Buenos Días de TVN, en la cual afirmó que «ella se lo buscó. Si no quería estar con él, ¿por qué no se separó?», seguido de un «sólo lamento lo que le pasó con sus ojos, porque ella es grandecita y sabía con qué persona estaba».
Por otro lado, nos estremecimos cada vez que tuvimos que leer los titulares y escuchar las noticias que reporteaban «la noticia» de la manera más morbosa, sensacionalista y violenta posible, al punto de transmitirse en vivo en un matinal de la televisión abierta el informe ginecológico de Nabila Rifo. ¡Como si no hubiese sido objeto de ya suficiente violencia! Ahí estaban los medios de comunicación y todo Chile juzgando a una mujer en función de su vida sexual.
Y qué decir del Poder Judicial, que no ha hecho otra cosa más que evidenciar que es el mismo Estado y sus instituciones las que siguen violentando a las mujeres de Chile, sometiendo a Nabila a un juicio que sólo la re-victimizó y que terminó transformándose en un cuestionamiento moral sobre sus decisiones y su vida privada.
No olvidemos, por otro lado, que el mismo Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Coyhaique que conoció de este caso fue ya denunciado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos una vez, precisamente por vulnerar los derechos de una mujer quien acusando de violación a un miembro de las Fuerzas Armadas, fue expuesta y sometida a la misma violencia que en esta ocasión sufrió Nabila.
Por lo mismo, es menester que hoy denunciemos la absoluta falta de formación en temas de género, tanto de la Fiscalía como de la Defensoría Penal Pública y los mismos jueces que forman parte de nuestro Poder Judicial. Nos parece absolutamente inaceptable que los abogados de Ortega hayan basado todo el argumento de su defensa en el cuestionamiento a la credibilidad de Nabila en función de su vida sexual, interrogándola en detalles sobre su vida íntima con la sola finalidad de introducir en los jueces la idea de que se trataba de una mujer “licenciosa” y que por lo tanto el autor de la agresión podría haber sido cualquiera.
Es por toda esta violencia institucional y sistemática, y por la naturalización de las expresiones del patriarcado en nuestras vidas, que la condena a Mauricio Ortega servirá únicamente para que Nabila duerma tranquila un tiempo sabiendo que el hombre que le quitó los ojos no volverá a acercarse a ella (al menos en teoría). Porque, tristemente, la realidad es que esto no servirá para que nos dejen de matar. Desde que se hizo público el ataque contra Nabila, han ocurrido más de 50 femicidios en nuestro país e incluso, el mismo pasado 02 de mayo en que se determinó la pena a la que se condenaba a Ortega, una mujer de 23 años fue encontrada colgada de un árbol, muerta en manos de su ex pareja, en las cercanías de Cañete.
Y esto no se termina aquí, pues todas las semanas nos enteramos de un nuevo caso, de una nueva mujer asesinada por su pareja, de otra víctima de salvajes violaciones o de escalofriantes intentos de femicidios, cada uno más violento y cruel que el anterior. Todas estas situaciones no son sino las demostraciones más patentes y explícitas de la violencia machista de la que somos víctimas las mujeres, de esa violencia que comienza en pequeñas actitudes consideradas inocuas, completamente naturalizadas por la sociedad, y que terminan arrebatándonos la vida.
Hablamos de la violencia que comienza por asignarnos roles en virtud de nuestro género, que nos enseña a ser sumisas y complacientes desde pequeñas, que nos prepara para ser madres y esposas abnegadas, que nos juzga si decidimos vivir una sexualidad libre, que naturaliza el acoso callejero, que justifica el abuso sexual según el tamaño de nuestro escote o el largo de nuestra falda, y que histórica y sistemáticamente nos ha tratado como sujetas de segunda categoría.
Así las cosas, no nos queda otra posibilidad que asumir que nos encontramos ante un panorama bastante desalentador y que es justamente aquello lo que le otorga sentido a nuestra lucha contra esta sociedad patriarcal, injusta, en que incluso el mismo Estado ejerce, permite y perpetúa la violencia. Que no quepa duda de que seremos cada vez más las mujeres que seguiremos luchando incansablemente por nuestros derechos, con organización y sororidad, y con la convicción de que juntas construiremos una sociedad justa para todas nosotras. Por Nabila, por todas las compañeras que ya no están, por todas las que estamos y por todas las que vendrán.
1 comentario sobre “¿Justicia para Nabila?”
Natalia
(10 mayo 2017 -16:01)Muy buena columna, comparto su análisis. Nabila fue victimizada no sólo por su ex pareja, sino por una comunidad entera que la evalúa bajo una vara machista.
Duele el pensar, también, que la victimización de Nabila no ha terminado. Vive en una ciudad donde al menos la mitad de la población cree o que Mauricio Ortega era inocente, o bien que «ella se lo buscó».
La agresión de Ortega no sólo le quitó los ojos, sino que también la entregó en bandeja a una sociedad que divide a las mujeres entre santas y prostitutas (como si la prostitución fuera per se mala, por lo demás, aunque ese ya es otro tema), y la decisión sobre en cual grupo está ella, ya fue tomada.
Como bien dicen en la columna, hace falta mucha, muchísima educación en temas de género.
Por mientras, a seguir luchando !
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