Por Jessica Leguá y Laura Dragnic
El recién pasado 17 de mayo conmemoramos el Día Internacional contra la homofobia, la lesbofobia y la transfobia, rememorando el día en que, hace tan sólo 27 años, la homosexualidad fue eliminada de la lista de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud. Conmemoramos este día con el fin de denunciar y visibilizar activamente la violencia capitalista patriarcal, que se expresa en este sentido como el odio y la intolerancia hacia las identidades de género y las orientaciones sexuales que no corresponden con los estándares impuestos por la heteronorma.
Dicha violencia es producto de la heteronorma/heterosexualidad que ha sido violentamente impuesta sobre nuestros cuerpos y relaciones sociales, de manera tal que son nuestros genitales los que definen nuestra identidad de género y que determinan nuestra orientación sexual, imponiéndonos la heterosexualidad como única posibilidad socialmente aceptada. Cuando hablamos de heteronorma nos referimos a este sistema de normas-reglamento basada en la heterosexualidad como forma de reproducción social, institucionalizada e impuesta como una cuestión necesaria para el funcionamiento de los seres humanos en sus relaciones sociales y afectivas en la producción y reproducción de la realidad.
La heteronorma, a través de sus múltiples mecanismos, ha determinado nuestra existencia social e histórica como mujeres u hombres y, consecuentemente, nuestra identidad de género, sexualidad y rol social. Así, nos ha forzado a creer que tener vagina implica necesariamente la reducción a las tareas de reproducción y trabajo doméstico no remunerado -idea servil al capitalismo patriarcal-, y ha impuesto la heterosexualidad como único modelo válido de relaciones sexoafectivas y de parentesco, de modo que todo aquello que se escapa a ese “único modelo viable”, es violentado mediante la invisibilización y exclusión política, económica y socialmente. Esto se hace aún más pronunciado cuando aquellas personas son mujeres, negr@s, pobres o migrantes.
La negación, la invisibilización y el rechazo, es decir, la violencia que se ejerce contra todo lo que no responde a ese “único modelo válido” se manifiesta dura y claramente en la realidad. Por ejemplo, las denuncias realizadas el año 2016 por homo-lesbo-transfobia aumentaron un 28,6% en relación al año anterior, y los crímenes de odio registrados lo hicieron en un 33%. Mientras tanto en el ámbito laboral y comunitaria, incrementaron un 100% y un 80,6% respectivamente, y la institucional lo hizo en un 139% (Informe sobre DDHH, Diversidad y género, 2017). Si bien las cifras son realmente agobiantes, debemos reconocer que much@s compañer@s están lejos de poder iniciar un proceso legal de denuncia y que los problemas que les aquejan no son respecto a un mero problema de “tolerancia” sino que existe un problema estructural que se manifiesta en esta fobia y odio irracionales.
Pero esta situación al menos evidencia dos cosas obvias, el problema existe y se ha hecho visible. En este sentido, las respuestas han sido diversas y al menos podemos identificar que se constituyen 3 discursos desde el bloque en el poder:
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En el ala conservadora y religiosa, el discurso es de patologización y “demonización” de todo lo que no corresponda a lo heterosexual (claro, mientras no se encuentre en la acción de las autoridades eclesiásticas), que potencian el odio irracional y de exterminio. Dentro de su repertorio de acción podemos encontrar las “funas” a todo evento de visibilización que realice la diversidad sexual, la negación de sus derechos sociales, la exclusión, entre otras.
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En el ala liberal, nos encontramos con el discurso de la “tolerancia” a lo “diferente” con hitos como el alzamiento de la bandera de la diversidad sexual como símbolo de reconocimiento a la comunidad LGTBI pero, en lo sustancial, sigue emitiéndose una política conservadora y violenta como lo hemos visto en los gobiernos de la Nueva Mayoría.
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En la tercera posición, social demócrata, nos encontramos con un discurso que pretende la cooptación de las demandas de la diversidad, lo que significa una institucionalización de ellas (como el caso del Movilh). Si bien también levantan las banderas de lucha de la diversidad sexual, no tienen una posición contrahegemónica, por lo que exigen la integración de “otra mirada”, lo que se traduce en la domesticación del movimiento.
Entonces, el sentido de esta columna es realizar un (auto)llamado a reflexionar, pronunciarnos y hacernos cargo de las problemáticas que vivimos como pueblo y que afectan más aún a los cuerpos que encarnan la disidencia. Asimismo, surge la necesidad de construir una alternativa que dé lugar a tod@s, y de este modo ir generando las respuestas que necesitamos para terminar con la invisibilización política que no es otra cosa que una complicidad con las violencias patriarcales que vivimos. Debemos superar, desde una perspectiva clasista, los discursos y tácticas utilizados por el bloque en el poder que no han podido ni podrán dar respuestas sustanciales a las demandas y necesidades del movimiento de la disidencia sexual por las limitaciones intrínsecas del sistema capitalista patriarcal y la institucionalidad chilena.
Para ir concluyendo, en primer lugar debemos reconocer que quienes conforman la comunidad de la disidencia sexual han sido actor@s históric@s fundamentales en las reivindicaciones de los Derechos Humanos, Sociales y Políticos, en las luchas populares, de clase y revolucionarias, como la activista afroamericana transexual Rita WFA, la lesbiana activista Stonewall o el escritor militante Pedro Lemebel, entre otr@s compañer@s que al mismo tiempo debieron luchar incluso contra las violencias ejercidas por la misma clase y por las mismas organizaciones revolucionarias.
En segundo lugar, es trascendental el reconocimiento de est@s compañer@s como sujet@s de derechos, es decir, la existencia misma y no como una patología, como expresión demoníaca-monstruosa, o algo diferente. La “existencia misma” conllevará una lucha contrahegemónica a las normas heterosexuales y una modificación del paradigma sobre la educación, condiciones laborales, la salud sexual y reproductiva, los derechos políticos y sociales sobre la autodeterminación de nuestros cuerpos y nuestras vidas, además de un justo acceso a los derechos sociales.
En tercer lugar, es urgente eliminar las lógicas patriarcales y violentas de nuestros espacios de organización y lucha. No es posible seguir construyendo desde la “otredad”, sino que debemos hacerlo siendo tod@s parte de un cuerpo colectivo, constitutivo de un sujet@ históric@ que nos permita realmente una lucha revolucionaria que logre subvertir las condiciones objetivas y subjetivas de producción y reproducción de un sistema capitalista patriarcal heteronormado y racializado. No podemos seguir esperando que compañer@s vivan, luchen y -en muchos casos- sigan muriendo en manos del odio y la fobia social y política.
Como izquierda revolucionaria, debemos actuar de manera determinante en la visibilización de estas violencias hegemónicas que vive nuestra clase, luchando por los derechos y el reconocimiento de la disidencia sexual en todos los espacios, haciendo de los propios lugares, lugares para tod@s, superando las aberraciones del orden impuesto. Asimismo, debemos ser muy autocrític@s respecto de la tradición machista, homo-lesbo-transfóbica que largamente ha caracterizado a la izquierda militante y aprehender de la misma experiencia de vida y lucha disidente. Nuestra posición feminista nos debe obligar a cuestionarnos y transformar activamente todos los enjambres que sostienen al sistema capitalista patriarcal heteronormado y racista, superando el feminismo biologicista y esencialista, por la lucha por la soberanía de nuestros cuerpos y pueblos sin explotación, dominación y opresión.
Y como dice una compañera activista – travesti “las pobres no queremos show, las pobres queremos justicia” (Claudia Rodriguez, 2017).
Por la soberanía de nuestros cuerpos y pueblos: vamos por el reconocimiento de una sexualidad e identidad de género libres. ¡El clóset para la ropa, la calle para nosotr@s!
1 comentario sobre “En el marco de la conmemoración contra la homo-lesbo-transfobia”
Daniel Ortega Améstica
(30 mayo 2017 -18:13)Muy lúcido artículo. Es precisamente la izquierda revolucionaria el sector que menos posición tiene al respecto. Como bien aquí mencionan las compañeras Jessica y Laura, el bloque en el poder tiene claras posiciones que se contraponen y confluyen: por un lado el rechazo acérrimo de los sectores conservadores ligados al clero, quienes representan un sector importante, mas no precisamente hegemónico de la burguesía imperante en nuestro país y que, sin embargo, sus representantes políticos sí son hegemónicos dentro de Chile Vamos y la Democracia Cristiana (fracción mayoritaria del parlamento); por otra parte, los sectores liberales y «progresistas» del BeP desarrollan tácticas para la inclusión subordinada de las posiciones que pueden llegar a hacer sentido en la disidencia sexual. No por nada se discute sobre matrimonio igualitario y adopción para parejas del mismo sexo en la bancada parlamentaria sin que haya enormes masas de manifestantes en las calles exigiendo dichas demandas.
Y es que dentro de la misma pequeñoburguesía que incide en las posiciones políticas de los partidos liberales hay quienes son sometides por el patriarcado debido a su opción sexual o su identidad de género, mas no se encuentran engrillades a las cadenas de la explotación. A qué quiero llegar con esto, a que los sectores liberales tendientes a favor de la disidencia sexual no sufren los problemas de nuestra clase, no son rechazados en el sistema público de salud porque tienen las condiciones para acceder a la excelencia del sistema privado; no son rechazados en las fábricas y empujados al desempleo porque no necesitan buscar empleo en una fábrica; no conviven con los sectores más ignorantes y por lo tanto más homofóbicos: los pobres.
Es precisamente la clase trabajadora donde se viven todas las formas de dominación, por lo que sólo dentro de esta clase puede gestarse una fuerza que pretenda erradicar de raíz el modelo patriarcal capitalista actual.
La izquierda revolucionaria, sector político que se propone enarbolar las banderas de las clases y pueblos sometidos y explotados, es quien tiene la responsabilidad de dar una lectura de fondo a estos conflictos, construir alternativa hegemónica y un proyecto de sociedad donde no tenga cabida ninguna forma de dominación humana. Ahora, la izquierda revolucionaria tiene una deuda gigantesca con el feminismo, y es que la misma burocracia y el ‘caudillismo’ han impedido que los tradicionales militantes machistas sean removidos de sus privilegiados puestos de poder dentro de las organizaciones, impidiendo así que las posiciones feministas sean adoptadas, no como un apéndice sino, como pilar ideológico fundamental que orienta la construcción del socialismo.
Tenemos entonces una doble tarea: en primer lugar, cuestionar nuestra arcaica manera de concebir las luchas sociales (como la heroica postura de las compañeras que escribieron este artículo), para lo cual debemos barrer con nuestros propios vicios burócratas y patriarcales; y en segundo lugar, proponer a los sectores oprimidos pasos a seguir, líneas de acción para ir avanzando en la conquista de condiciones objetivas mínimas de vida, con toda la humildad y compromiso que corresponde, con las múltiples formas tácticas y referentes que tengamos a nuestra merced.
No hay revolución sexual sin revolución social. No hay socialismo sin feminismo. Por una sociedad donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.
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