Por José Matamala, Psicólogo.
Miembro del Centro de Fortalecimiento Sindical y Trabajadores-as Organizados de Ñuble
Dos días previos a la conmemoración 131° del Día Internacional de los/as trabajadores, la prensa nos informó sobre el deceso de dos funcionarios que se desempeñaban en la empresa Fruna. Uno de ellos se suicidó, mientras el otro falleció por un paro cardíaco. Un titular me llamó la atención sobremanera. El periódico virtual “El Magallanews” tituló la noticia así: “La misteriosa muerte de dos trabajadores de Fruna”. Puse en negrita-cursiva la palabra que más me hizo pensar en el suceso, pues me pregunté si realmente el acontecimiento había tenido esa particularidad misteriosa o cuasi-accidental.
En las siguientes líneas intentaré interpretar lo ocurrido más allá del velo del oscurantismo y la accidentalidad esbozada por la prensa, para ubicar el fenómeno del suicidio como una resultante del “sufrimiento en el trabajo”. Seguiré, para conseguir mi objetivo, las reflexiones del psicoanalista francés Cristophe Dejours contenidas en su libro “El Desgaste mental en el trabajo” (2009), en particular la parte 3 “Trabajo y miedo” del primer capítulo intitulado la “Psicopatología del Trabajo”. Además, incorporaré la racionalidad de Sigmund Freud esbozada en su obra “El Malestar en la Cultura” (1930) donde en algunos pasajes articula el amor con el trabajo como forjadores de la cultura humana y, por último, seguiré la huella trazada por Karl Marx en su texto “Trabajo asalariado y capital” (1849) y “Salario, precio y ganancia” (1865). La utilización de los fragmentos de estas 4 obras me servirá para articular una concepción científicamente crítica respecto a la emergencia del suicidio y las afecciones que surgen en el trabajo. Para robustecer dicha concepción, incluiré algunos datos cuantitativos y cualitativos sobre el tema y expondré brevemente un caso de un dirigente sindical que padeció de acoso laboral (mobbing) en una empresa de Chillán y al que entrevisté clínicamente el año 2014.
El suicidio como resultado del sufrimiento en el trabajo
En el 2015, la Dirección del Trabajo (DT) emprendió una investigación para conocer las variables que influyen en la baja sindicalización en el país (la tasa de sindicalización es de un 15% aprox.). Dentro de las más significativas, apareció el miedo. Un poco más de la mitad de los encuestados indicó que no se sindicalizaba por temor a las represalias empresariales. Así, el ejercicio de la libertad sindical aparece supeditado al miedo. El miedo es una traba psicosocial que dificulta la colectivización y organización al interior del mundo del trabajo, asimismo, obstruye la validación vital de la fuerza de trabajo.
Cristophe Dejours (2009) menciona que el miedo es provocado por el riesgo residual que la organización del trabajo no elimina por completo y que es asumido individualmente por los/as trabajadores/as. El miedo es una afección penosa que resulta de ese riesgo residual surgido de la estructura del trabajo y que implica la actividad individual del trabajador-a para prevenirle. Podríamos decir que el miedo es un fantasma creado por la organización del trabajo y que atemoriza constantemente a los/as trabajadores desde dos vórtices: el riesgo real y el riesgo supuesto. A estos dos tipos de riesgo, el trabajador/a debe hacerle frente con sus propias estrategias defensivas y las articuladas con el resto de sus compañeros/as. Se crean y utilizan estrategias colectivas de defensa.
La efectividad de las estrategias colectivas de defensa se remite a lo que se conoce como “normalidad en el sufrimiento”. La recuperación de la salud mental es primordial para que los/as trabajadores produzcan en un escenario adverso para su íntegro desarrollo. Dicha apropiación se realiza versus la conflictividad psíquica que estimula el miedo y las relaciones de trabajo. Las relaciones de trabajo son las relaciones humanas creadas por la organización del trabajo. Incluyen las jerarquías, los mandos, la vigilancia, el control, etc. Son interacciones basadas en el saber (la cultura organizacional) y el poder (clima organizacional)
Las relaciones de trabajo establecen tácticas de dirección en la empresa basadas en la división desigual del trabajo. Los mandos jerárquicos utilizan estas tácticas desde su hostilidad, capricho o perversidad. Una de estas tácticas se conoce como acoso moral en el trabajo. La psicoanalista Marie-France Hirigoyen (2004) define al acoso moral en el trabajo (Mobbing) como toda conducta abusiva que atenta, intensa y sistemáticamente, contra la dignidad y integridad de un trabajador/a. Esto pone en peligro al trabajador respecto a su puesto de trabajo, degradando su entorno. Se le excluye de su comunidad de pares, viéndose cuestionada su identidad.
En el caso del fallecimiento de los trabajadores de Fruna se puede apreciar el resultado de la táctica del acoso moral en el trabajo. Según lo informado por los familiares del trabajador que se suicidó el 29 de abril en la empresa, el motivo que dio lugar a su pasaje al acto se sustentó en una vivencia de hostigamiento laboral. El trabajador se suicidó porque experimentó la perversidad de sus mandos jerárquicos en la forma de mobbing. El deceso del otro trabajador, que minutos después sucumbió por un ataque cardíaco, se puede explicar por la impresión in extremis penosa que le causó la muerte de su amigo y por compartir con él la misma experiencia de acoso laboral. Ambos trabajadores buscaron en el pasaje al acto de muerte un descanso frente al dolor intolerable que les causaba la dinámica abusiva al interior de su trabajo. Esta situación no se explica por un accidente, ni por un misterio. El titular de “Magallanews” pierde todo sentido aquí, pues la dinámica del abuso está regida por leyes. Estas se pueden entrecruzar tanto, que llegan a causar la muerte de las víctimas.
El amor y el trabajo como fuentes de cultura
La obra “El Malestar en la Cultura” (1930) de Sigmund Freud comprende uno de sus tantos escritos culturales. Ad portas de la Segunda Guerra Mundial, Freud da cuenta de la pulsión de muerte que estaba llevando a la sociedad de la primera mitad del S. XX a la barbarie de la guerra. El pesimismo ilustrado es evidente en esta obra, pero se puede reconocer en ella dos elementos que son a lo sumo importantes en el devenir humano creativo. La capacidad de amar (Eros) y la capacidad de trabajo o de saciar necesidad (Ananké). Ambos principios tienen por objetivo facilitar la vida en común de las personas, permitiéndole a las pulsiones (sexuales y/o agresivas) su expresión bajo modalidades que cuiden y permitan la convivencia común. A esto se le conoce como sublimación. Sin embargo, la obra de cambio energético pulsional en cultura es interrumpida por algunos instrumentos. Uno de ellos, según Freud, es la propiedad privada. Pese a que guarda distancias con el comunismo, en “El Malestar en la cultura” Freud reconoce que al terminar con la propiedad privada se le quita a la agresividad un poderoso instrumento. Por lo tanto, dicho reconocimiento lleva a pensar que en la medida que se termina con la propiedad privada, existen mayores condiciones para que el ser humano ame y trabaje.
Regresando al caso de los trabajadores de Fruna fallecidos en las dependencias empresariales, la situación de acoso moral en el trabajo imposibilitó el amor y la continuidad del trabajo de los dos obreros. Esto se puede apreciar en la conducta de mando jerárquico y en la acción de muerte de ambos.
Desde la jerarquía de mando, la empresa no puso fin a la faena. Una trabajadora de la empresa posteó en la página de Facebook “FrunaLovers” lo que sigue (sic) “Nos tuvieron trabajando con un compañero fallecido dentro de la planta y otro en primeros auxilios, ningún respeto por los trabajadores ni por el dolor ajeno”. La táctica de dirección perversa degradó los sentimientos de dolor genuinos de los demás trabajadores, despersonalizándolos respecto de su trabajo. La famosa disociación traumática se relacionó por la perversión del trabajo enajenado propiciado por la empresa. La táctica de dirección perversa de la propiedad privada (la empresa Fruna) utilizó toda la agresividad para ir contra el trabajo de duelo de los trabajadores. La violencia sofocó su acto de amor.
La acción de muerte de los 2 trabajadores radicó en la evitación del displacer surgido por la situación de acoso moral. Para ello, era necesario poner fin al contrato que los unía a la empresa por la vía de la muerte. Necesitaban dejar de trabajar ahí. El suicidio del primero, el infarto del segundo, ponen en evidencia las limitaciones de las estrategias colectivas de defensa construidas. Sabido es que en la empresa Fruna se han denunciado diversas prácticas antisindicales, por lo que es comprensible que la demanda de amor, esto es, de unidad y organización obrera para subvertir el sufrimiento resultara frustrada.
La Dirección del Trabajo realizó un estudio en el año 2005 donde preguntó a trabajadores si sentían que en sus trabajos los trataban con dignidad. Solo el 22% dijo que sí, mientras que el 49% dijo que ocasionalmente y un 24% nunca. La conclusión que se puede extraer desde estos datos es rutilante: en la empresa no se respeta la producción de cultura obrera. En cambio, a los obreros/as se les mutila, absorbe y coacciona en su capacidad de amar y trabajar en condiciones de dignidad. El control y la gestión privada de la empresa han permitido que el empresariado utilice contra los trabajadores/as toda la potencia de la agresividad.
La actividad vital, la consecución de medios de vida y la extirpación de la cultura obrera
La obra de Karl Marx es tan extensa que tomar solo un fragmento de ella parece un despropósito. Pero no lo es tanto cuando se trata de articular una interpretación de un fenómeno de la realidad. Más aún, un fenómeno que se afinca en el mundo del trabajo. Dicho fenómeno guarda relación con el suicidio y las afecciones surgidas en el trabajo. Lo que se suicida en el trabajo es la actividad vital del obrero, esto es, su fuerza de trabajo. Por lo tanto, el suicidio sería una imposibilidad del trabajo acumulado para producir los medios de vida para que la fuerza de trabajo se reproduzca y se mantenga con vida. Existe un proceso de desvalorización de la fuerza de trabajo, tanto en su aspecto físico como histórico, que lleva al obrero a la muerte.
En “Salario, Precio y Ganancia” (1865), Karl Marx sostiene que el valor de la fuerza de trabajo depende de dos aspectos. El factor físico y el factor histórico o social.
En cuanto al factor físico, está relacionado con la consecución de medios de vida para que el obrero reproduzca y asegure su existencia. En “Trabajo asalariado y capital” (1849), Marx diría que esta tensión entre gastos de existencia y de reproducción del obrero constituye el salario mínimo. Este salario establece así una referencia general para determinar el coste general de la producción de la fuerza de trabajo.
Respecto al factor histórico o social, entra en juego el nivel de vida que desarrolla el trabajador/a en un lugar determinado. Así, hay necesidades que surgen desde las condiciones sociales en las que vive y se educa el trabajor/a. En una parte de “Salario, precio y ganancia” (antes referido) Marx sostuvo que este factor puede dilatarse, contraerse o extinguirse del todo, hasta el punto que en ciertos momentos de la historia solo queda en pie el factor físico para la determinación del salario. Se podría indicar entonces que el suicidio es la extinción tanto del factor histórico como del factor físico en la determinación del valor de la fuerza de trabajo. El acoso moral en el trabajo serviría como la base de la contracción del factor social, mientras que el suicidio, que es su resultante, permitiría poner fin al factor físico del valor de la fuerza de trabajo. Por lo tanto, es, en el sentido de Marx, el resultado de que el salario no permite mantener la actividad vital del trabajador. La agresividad, descrita por Freud, y la desvalorización de la fuerza de trabajo, estudiada por Marx, entran en actividad para provocar el suicidio y las afecciones en el trabajo.
Un caso de acoso moral en el trabajo: Don “J”, el dirigente sindical*
Atendí a Don “J” en el año 2014. Contaba en ese entonces con 39 años, 15 de ellos los ejerció como trabajador de una conocida empresa ñublensina.
Conocí a Don “J” en la primera Escuela Sindical que realizamos con los/as compañeros/as de TOÑ, en el año 2009. En ese entonces él se desempeñaba como presidente de su sindicato. Pero no fue hasta el año 2014, cuando llevaba yo 2 años de experiencia como profesional Psicólogo que se acercó a mí, en tanto profesional del área de la salud mental.
Su caso se correspondía con un cuadro de acoso moral en el trabajo (Mobbing), el que se presentaba agudo en su sintomatología en el momento en que consultó conmigo. Don “J”, muy apremiado, necesitaba con urgencia acceder a una licencia médica psiquiátrica para interrumpir momentáneamente el acoso vertical promovido por sus supervisores directos. Accedí a su requerimiento. Elaboré un informe psicológico que fuera fácilmente legible por algún médico psiquíatra y que le permitiera al profesional realizar una evaluación más exhaustiva de la situación personal de Don “J” respecto a su malestar y extendiera en efecto la licencia médica requerida**. Finalmente, Don “J” accedió a un profesional psiquiatra, quien le extendió licencia médica, poniendo así, la pausa en su vida laboral que tanto necesitaba. No volvió a consultar conmigo más que para comentarme que se sentía más aliviado, aunque expectante, pues la licencia médica tenía una duración temporal acotada. La suspensión de la situación de acoso moral vertical descendente en nada aseguraba su extinción. Es este el miedo que mantuvo expectante a Don “J”, hasta que luego de un año de su consulta, supe que habían puesto fin a su contrato.
El caso de Don “J”, pese a que no es ilustrativo de una cura, permite pensar en el fenómeno del acoso moral en el trabajo como causante de displacer en la vida anímica de un individuo. La táctica de dirección perversa, promovida por sus superiores jerárquicos, caracterizó la dinámica abusiva como un “acoso vertical descendente”, que es la forma típica en la que se visibiliza el mobbing. Esta situación, basada en el saber (cultura) y el poder (clima) empresarial, interfirió en la actividad psíquica y social de Don “J”. Según el médico psiquiatra, Don “J” constaba con sintomatología propia de un trastorno del ánimo depresivo de tipo agudo. La táctica de la dirección perversa socavó la entereza anímica de Don “J” en dos planos: quitó el acto de amor desarrollado en su trabajo, ya que dejó de ser dirigente sindical y modificó las condiciones en las que éste realizaba su trabajo. La táctica de dirección perversa redujo a la función física la valoración de su trabajo, desmembrando de su identidad la función social e histórica del mismo. La agresividad perversa de sus superiores jerárquicos y la desvalorización social de su trabajo son notorios en el caso de Don “J”.
El caso de Don “J”, diferente en cuanto a su resultado al de los dos trabajadores muertos en Fruna, comparte con ese caso la dinámica del acoso moral en el trabajo que causa sufrimiento. El sufrimiento en Don “J”, a diferencia del de los trabajadores de Fruna, se expresó en una afección psíquica denominada por la psiquiatría como trastorno del ánimo depresivo de tipo agudo. La situación de acoso moral se detuvo por el momento que se prolongó la licencia psiquiátrica, terminando cuando Don “J” fue despedido. La desvalorización se produjo en el ámbito del factor social del valor de su trabajo, pero la interrupción momentánea de la dinámica, es decir, su retirada en la licencia médica, pudo ayudarle a Don “J” para defender parte de su valoración social y gran parte del factor físico implicado en la valorización de su trabajo. Es lo que Cristophe Dejours (2009) llamó la defensa de la “normalidad en el sufrimiento”.
Lo anterior no quiere decir que los trabajadores de Fruna no presentaran un cuadro psicopatológico clínicamente significativo. Es muy probable que sí manifestaran sintomatología acorde. De hecho, el pasaje al acto suicida puede ser entendido como un compromiso sintomático. Esto significa que la tensión entre lo importante – que los trabajadores produjeran- y la resistencia – la que actúa como defensa de la normalidad en el sufrimiento – haya decantado en un acto suicida. La resistencia humana obrera se vio superada por lo importante para la empresa Fruna: la producción de confites a bajo costo para el consumidor, pero con un alto costo de salud mental de sus trabajadores. Un costo que no podrán ocultar y que se ha basado en la degradación mental y el desequilibrio psicoafectivo de sus obreros (Dejours, 2009). El trabajo productivo no es neutral en la salud mental de los que producen las riquezas. No es neutral pues el trabajo acumulado no genera las condiciones de vida suficientes para que la clase obrera exista y se desarrolle. El suicidio y las afecciones en el trabajo son la prueba de esta limitación.
* Algunos datos han sido modificados u ocultados para velar por la confidencialidad de los antecedentes del paciente en cuestión.
** ¡Vaya burocracia, en casos así los Psicólogos deberíamos, por cuidados del paciente sintomático de Mobbing, extender licencias médicas! ¡Nuestro deber radicaría asumir en efecto la interrupción del Mobbing considerando la licencia médica como una medida de protección del trabajador-a frente a la violencia del Mobbing!