Por Sebastián Parada, militante ContraCorriente y BDS UChile
Comprender la realidad para transformar el mundo. Todo pueblo que se levanta contra la explotación y la opresión, necesita conocer lo que le enfrenta y subyuga, vencer la ingenuidad y ver la realidad desnuda y sin escrúpulos.
Parte de ello es la consciencia histórica, la memoria. Conocer el pasado nos permite comprender el presente en un sentido político, comprender la realidad para transformarla. Quienes nos apuntalan de “resentidos” pecan de ingenuos optimistas: nuestro pasado revela a nuestro enemigo, le da identidad, explica el contexto político y las voluntades políticas que nos han llevado a estar donde estamos.
El pasado lunes 15 de mayo se conmemoró la Nakba, que en palabras del historiador israelí Ilan Pappé, es “la sencilla pero horrible historia de la limpieza étnica de Palestina, un crimen contra la humanidad que Israel ha querido negar y hacer olvidar al mundo”.
El 14 de mayo de 1948, de la mano de la potencia colonial de Gran Bretaña, el movimiento sionista declarara la creación del Estado de Israel en Palestina, conforme al plan de partición que la ONU había consagrado un año antes en interés de las potencias ocupantes (resolución 181). La creación de este Estado se venía preparando desde hace varios años atrás.
El primer antecedente importante tiene como fecha el día 19 de mayo de 1916. Gran Bretaña y Francia firmaban un acuerdo secreto denominado Sykes-Picot, en el cual se repartían territorios ocupados por el Imperio Otomano: Siria, Irak, Líbano y Palestina. El territorio Palestino quedaría en manos de la administración británica, que un año después mediante la Declaración de Balfour, prometería al movimiento sionista la creación de un Estados judío en territorio Palestino. Desde entonces, se dio inicio a una masiva inmigración judía a Palestina, cuyo objetivo era convertir a Palestina, lugar donde habían convivido pacíficamente palestinos judíos, ortodoxos y musulmanes, en aquel exclusivo Estado religioso judío.
La declaración sobre la creación de un Estado de Israel religioso y soberano representaba un proyecto colonialista, que rompía la coexistencia entre judíos, musulmanes, ortodoxos, que hasta entonces, eran todos palestinos. El movimiento sionista nace de judíos europeos que buscaban un Estado para sus correligionarios. El proyecto sionista no se agotaba en las condiciones establecidas en el plan de partición de la ONU, por lo tanto, era de esperar los hechos que precedieron y sucedieron a la declaración.
Para el movimiento sionista, la construcción del proyecto requería avanzar en la aplicación de su plan de expansión en el territorio que la misma resolución había declarado como territorio palestino. Esto se denominó como Plan Dalet, que había sido trazado formalmente en marzo de 1948, 2 meses antes de la declaración de independencia de Israel. Pero este plan no era novedoso, pues venía gestándose ya desde finales del Siglo XIX. Herzl, uno de los padres del movimiento sionista, escribiría en 1895: “El sector más pobre de la población indígena de lo que habrá de ser el Estado judío debe ser trasladado más allá de la frontera, procurando empleo en otros países y denegando empleo en nuestro país [Israel]”.
El pensamiento de Herzl se arrastró en el tiempo. En la década de 1930 una de las cuestiones principales que se pensaba y discutía era la cuestión de la “transferencia” de población palestina, para vaciar el territorio en el que se establecería Israel. Ben Gurión, quien pronunciara en 1948 la declaración de independencia de Israel, había escrito a su hijo en 1937: “Debemos expulsar a los árabes y tomar su lugar. Y si tenemos que usar la fuerza para garantizar nuestro propio derecho de asentamiento en dichos lugares, la fuerza estará a nuestra disposición». En 1940, Joseph Weitz, quien sería luego jefe del Departamento de Colonización del Fondo Nacional Judío, escribía en su diario que los árabes palestinos “deben evacuar este pequeño país, dejándolo para nosotros” y que “No hay lugar en este país para ambos pueblos juntos… La única solución es Eretz Yisrael sin los árabes. A este respecto no caben concesiones”.
Comienza, entonces, lo que sería la materialización del proyecto del Estado de Israel. Para los palestinos comenzaría Al-Nakba: la catástrofe, la concreción del plan de limpieza étnica que era parte de la planificación que el movimiento sionista hizo para la construcción de su proyecto de Estado-Nación.
El Estado de Israel procedió con brutalidad en la avanzada de sus tropas, desalojando a los palestinos de sus casas y trasladándolos a campos de refugiados, destruyendo aldeas y viviendas, asesinando hombres, mujeres, niños y ancianos, cometiendo violaciones, perpetrando masacres. Procedió, en no sólo por la fuerza física, sino también sembrando el terror, cosa que era parte del Plan Dalet para el éxito de la “transferencia voluntaria”. La eficacia del plan fue inesperada, cuenta Pappé, y en cuestión de siete meses, 531 pueblos fueron destruidos y 11 barriadas urbanas vaciadas. Sólo en 1948, alrededor de 750.000 palestinos resultaron desterrados de sus hogares, de su historia y de su trabajo. 750.000 palestinos refugiados, que Israel desplazó hacia países árabes o hacia campos de refugiados, mientras en el territorio destruido cultivaba bosques o establecía un nuevo asentamiento judío, rebautizando la geografía y el urbanismo con nombres hebreos, para borrar todo rastro de lo que fuera Palestina.
En diciembre del mismo año, la ONU dicta la resolución 194, que resuelve “que debe permitirse a los refugiados que deseen regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos, que lo hagan así lo antes posible, y que deberán pagarse indemnizaciones a título de compensación por los bienes de los que decidan no regresar a sus hogares y por todo bien perdido o dañado”.
Esta resolución ha sido sistemáticamente desacatada por Israel, y ha sido razón sistemática para el fracaso de cualquier proceso de negociación, pues Israel se niega a aceptar el retorno de los hoy más de 7 millones de refugiados palestinos. Israel entiende que su plan de limpieza étnica fue parte esencial de su proyecto de construcción de un hogar nacional judío, y sabe que eso se vería obstruido por el retorno de los 7 millones de refugiados que ha dejado su régimen y su historia.
A la par de este destierro, en 1950, Israel dicta la Ley del Retorno, a través de la cual reconoce el “derecho” de todo judío alrededor del mundo de “retornar” a Israel y conseguir la ciudadanía. Vale decir: a los palestinos se les niega el derecho a vivir en su tierra sólo por el hecho de no ser judíos.
Esta historia es una historia presente, que ocurre día a día, mes a mes y año tras año hace 69 años. En nuestros días, Israel sigue demoliendo viviendas palestinas, produciendo refugiados, y construyendo asentamientos en territorio ocupado. Solo en 2016 las autoridades israelíes demolieron o incautaron 1.089 propiedades palestinas en Cisjordania, incluida Jerusalén oriental, que causaron el desplazamiento de más de 1.500 palestinos e impactaron los medios de subsistencia de otras 7.000 personas.
Israel sigue manteniendo un régimen de apartheid, consistente en la desigualdad de derechos que existe entre los palestinos y los judío-israelíes en Israel. Sigue manteniendo y construyendo un muro que separa a los palestinos de los judíos, a palestinos de sus familias, de sus lugares de trabajo y estudio, de sus tierras. Muro que hoy alcanza ya los 750 kilómetros. Sigue manteniendo los territorios ocupados, construyendo sobre ellos, y asediando a la población palestina, día a día, hostigando su circulación con los puntos de control. Israel, el Estado contra el que hoy 1600 prisioneros palestinos cumplen su trigésimo segundo día en huelga de hambre en la lucha por la libertad y la dignidad, es el mismo Estado de Israel que en 1948 dio inicio al Nakba, el mismo Estado racista colonial de ese entonces.
Así como nos hemos levantado y es necesario levantarnos contra el Estado cómplice del destierro del pueblo mapuche en el sur, de la expoliación de sus recursos y la criminalización de su lucha, es también necesario establecer la solidaridad internacional con el pueblo palestino, afligido por estos 69 años de historia de destierro y segregación.
El año 2006, la sociedad civil palestina presenta una herramienta de lucha para su libertad, que nos emplaza a los países a cortar los vínculos con el Estado criminal de Israel y sus instituciones cómplices: la campaña de Boicot, Desinversión y Sanción al Estado de Israel (Campaña BDS). Este boicot tiene distintas dimensiones: la institucional, la económica, la académica y la cultural. De lo que se trata es de aislar internacionalmente al Estado de Israel por la violación sistemática de los derechos humanos del pueblo palestino: el derecho a retorno de los refugiados; la igualdad de derechos entre judíos israelíes y árabes-israelíes, y el fin al muro y de la ocupación de territorios palestinos de 1948.
En Chile esta campaña está en marcha haciendo frente a la complicidad que diversos espacios de nuestra cotidianidad mantienen con la opresión del pueblo palestino, como las instituciones de educación, el Estado, las empresas, así como también luchando contra la complicidad que el Estado de Israel mantiene con las problemáticas locales.
Sabemos que esto no se detendrá si no lo detenemos nosotros. Por eso, el llamado es a superar la indiferencia y solidarizar con el pueblo palestino en la lucha por su emancipación, informarse acerca de lo que está pasando en Medio Oriente y hacerse parte de la lucha que a la distancia podemos emprender contra la explotación y la opresión.