Por Javier Pineda, militante Frente Acción Socialista
Todos los titulares este fin de semana hacían referencia al intento de Golpe Estado en Turquía. La madrugada del sábado, los golpistas no identificados hasta entonces tomaban el puente del Bósforo (que une a Europa con Asia), bombardeaban el Parlamento y otras instituciones leales al Presidente y se desplegaban en las principales ciudades de Turquía (Ankara, la capital, y Estambul, la ciudad más poblada). El Primer Ministro anunciaba a los pocos minutos que se trataría de un golpe de Estado impulsado por un sector reducido del Ejército, pero que fracasaría. Minutos más tarde, Erdogan, Presidente de Turquía, llamaría (vía FaceTime transmitido por la TV) al “pueblo” a manifestarse en las calles para resistir el golpe de Estado. Luego de un intento fracasado de refugiarse en Alemania, aterrizaría en Irán para regresar a la ciudad de Estambul, de la cual había sido Alcalde en los años 90, y le permitiría asumir el control sobre la situación.
En la mañana del sábado el intento de golpe ya se encontraba fracasado. Este fracaso se atribuiría a distintas razones. Algunos dirían que el golpe no incluía a altos mandos del Ejército y sólo sería un sector minoritario. Otros dirían que las movilizaciones populares en las calles impidieron el golpe, fracasando la visión de los golpistas quienes habrían estimado que el pueblo se rebelaría en contra de Erdogan. Otros dirían que los militares no habrían estados decididos a realizar el golpe e inclusive que se trataría de un “auto-golpe”. Lo cierto es que el golpe terminó con alrededor de 300 muertos y por el momento van más de 2.800 militares detenidos y más de 2.700 jueces y fiscales destituidos. Aún no se sabe con certeza quienes fueron los golpistas, pero sin duda será un “golpe de Dios” para Erdogan, quien podrá purgar a los golpistas y no golpistas críticos de su Gobierno del Ejército y de otras instituciones, continuando con su gobierno autoritario.
¿Cómo se llegó a esta crisis?
Mucho se ha hablado del Ejército Turco como baluarte de los valores de republicanismo y secularización, herencia que tendrían desde los tiempos de Mustafa Kemal – llamado “Ataturk” o “Padre de la Patria” – quien sería el líder del Movimiento Nacional Turco posterior a la Primera Guerra Mundial. La derrota del Imperio Otomano en este conflicto conllevó su fin a los años después, siendo en 1922 la abolición del Sultanato (poder político) y en 1924 la abolición del Califato (poder religioso), lo cual eliminaría la unión institucional entre la religión Islámica y el poder político dando nacimiento a la República de Turquía, caracterizada como una república democrática, secular, unitaria y constitucional. Su primer Presidente sería Ataturk, quien gobernaría hasta 1938. Este nacionalismo y secularismo serían el legado más duradero transmitido al Ejército, el cual no dudaría en usar las armas para “defenderlo”, tal como se argumentó en los golpes de Estado realizados en los años 1960, 1971, 1980 y 1997. Este legado también sería argumento para la invasión a Chipre en 1974, que dio origen a la República Turca del Norte de Chipre (conflicto internacional que sigue hasta nuestros días), y en la negación sistemática de los derechos de autodeterminación del pueblo kurdo desde la creación de la República de Turquía, cuando se le negó al pueblo kurdo constituirse como Estado-Nación (Kurdistán) y se le obligó a quedar sometidos a los dictados de las autoridades de Irak, Irán, Siria y Turquía. Hoy en día son más de 20 millones de habitaciones y representan aproximadamente un 28 por ciento de la población kurda, constituyendo su lucha por la liberación y el confederalismo democrático el mayor problema político que enfrenta el Gobierno de Erdogan.
En 1952, dado su rol geopolítico, Turquía sería invitado a ser parte de la OTAN y permanecer en la esfera de influencia norteamericana. Dada su cercanía con la URSS tendría un rol clave en el periodo de la denominada Guerra Fría. A pesar de la fuerza progresiva que irían adquiriendo los sectores islamistas en la sociedad turca después de la caída del muro de Berlín, sólo consolidarían su posición política a principios del siglo XXI, con el triunfo del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) creado en 2001 a partir de escisiones de varios partidos islamistas. Este partido político de tendencia islamista conservadora y perteneciente al ala de la “centroderecha europea”, liderada por los Partidos Demócrata Cristianos, tendría como líder al actual presidente turco Recep Tayyip Erdogan.
El primer triunfo del AKP sería en las elecciones legislativas del año 2002, obteniendo 363 de 500 escaños en la Gran Asamblea Nacional Turca gracias al 34,28% de los votos. Este triunfo le permitió a Erdogan ser investido como Primer Ministro y consolidar los acercamientos de sus predecesores con la Unión Europea, iniciando su proceso de adhesión en 2005. Asimismo, mantuvo las políticas neoliberales que se venían instaurando en Turquía desde años anteriores. Esto se denominó como la “neoliberalización islámica” de Turquía.
El régimen constitucional de Turquía se arrastra desde 1982, elaborada por los militares golpistas de 1980. En esta se consagra una República Parlamentaria, en la cual la mayoría de las atribuciones recae sobre el Parlamento y el Poder Judicial tiene un activo rol. El sistema electoral privilegia la representación de los grandes partidos, excluyendo a las minorías políticas que obtengan menos de un 10 por ciento de los votos.
En las elecciones legislativas de 2007 el AKP, partido de Erdogan, bajaría a 341 sus escaños, sin embargo, obtendría 16 millones de votos (6 millones más que en las últimas elecciones) y alcanzaría un 46,58% del total de los votos. Este crecimiento en el apoyo electoral sería aprovechado por Erdogan – quien entonces continuaba como Primer Ministro – para realizar un referéndum constitucional que buscaba cambiar la Constitución de 1980. Estas reformas constitucionales tendrían como puntos principales las modificaciones al Poder Judicial (participación del Parlamento en el nombramiento de los jueces) y recortes a los privilegios de los militares (pasarían a ser juzgados por Tribunales Civiles). El sí a la reforma constitucional tendría un 58% de apoyo de los turcos, lo cual reforzaría la posición política de Erdogan de socavar el poderío del Ejército. Esta reforma sería apoyada por los islamistas, rechazada por los sectores militares y boicoteada por los sectores pro-kurdos quienes no se encontraban representados dentro de las políticas impulsadas por la reforma constitucional.
El apoyo al AKP y a Erdogan comenzó a disminuir luego de la Guerra Civil Siria y las Primaveras Árabes en 2011. El autoritarismo político de Erdogan se ha expresado en la represión al movimiento popular turco y a la población kurda, prisiones políticas, criminalización de la protesta y encarcelamiento y censura de periodistas. En 2013 esta política autoritaria se exacerbaría con las movilizaciones populares que comenzaron en la plaza de Taksim, en Estambul, una de las únicas áreas verdes de la ciudad que Erdogan quería arrasar para construir un cuartel militar y un Mall. Este año también rompería con su aliado islamista radical, Fetullah Gülen, quien ante los casos de corrupción destapados al interior de la administración de Erdogan, conformaría su propia fuerza política desde su autoexilio en Estados Unidos, concitando grandes niveles de apoyo en el sector judicial y en el Ejército. Esta fuerza política de XX ha sido sindicada como la responsable del reciente intento de Golpe de Estado mediante sus redes denominadas como el “Estado Paralelo”.
Mientras el autoritarismo a su población aumentaba, su participación internacional también lo hacía. Mientras la “Comunidad Internacional” llamaba a combatir al ISIS, a Turquía se le señalaba como un financista y proveedor de armas de los terroristas. En 2015 se vieron obligados a declararle la Guerra al ISIS, sin embargo, todos los ataques que han justificado como ataques al ISIS han sido propinados a zonas kurdas, quienes han sido el principal bastión de resistencia al avance del ISIS en la zona. Este año también fracasaron las tentativas de paz con el Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK,) y desde ese momento Erdogan intensificaría sus ataques en contra de la población kurda.
Asimismo, los “atentados terroristas” que ha sufrido Turquía han sido dirigidos en contra del movimiento de liberación kurda (atentados de Amed con 4 muertos; Pirsus con 33 muertos; y en Ankara en el contexto de una movilización por la paz y contra la guerra del Estado turco en contra de los kurdos que dejó más 128 muertos). Erdogan y el AKP sacaron provecho de esta situación, y como lobo vestido de oveja, arroparon su autoritarismo en contra de sus críticos como una lucha contra el “terrorismo” y defensa de la democracia.
Bajo este discurso en contra del “terrorismo” y por la mantención del orden, seguridad y la unidad de Turquía, Erdogan se presentaría como candidato a Presidente de la República en 2014. En estas elecciones triunfaría con un 51.79 por ciento y sería el Primer Presidente electo mediante sufragio universal, pues antes eran elegidos por la Gran Asamblea Nacional Turca. Esta victoria le permitiría avanzar en su reforma constitucional que tiene por objeto fortalecer las atribuciones presidenciales.
Las actitudes autoritarias de Erdogan sólo se acrecentarían en los próximos años. La lucha del movimiento rebelde Kurdo y sus victorias en contra del ISIS y su creciente apoyo popular han agrietado políticamente al régimen del AKP. Asimismo, las movilizaciones del movimiento popular turco también han aumentado en las grandes ciudades de Turquía. Las elecciones de 2015 fueron síntoma de dicha pérdida de hegemonía de Erdogan.
Por primera vez desde los años 2000, el AKP no conseguiría la mayoría absoluta de la Gran Asamblea Legislativa Turca. Además, por primera vez irrumpiría en el Parlamento una fuerza política pro-kurda, el Partido Democrático del Pueblo (HDP), quienes superaron el umbral del 10 por ciento de los votos, obteniendo 80 escaños. Esto obligó a Erdogan a disolver el Parlamento y convocar a nuevas elecciones en diciembre, que bajo un discurso del miedo y de persecución y hostigamiento a los militantes del HDP (y no exenta de fraude electoral, según reclaman), logró aumentar a 316 escaños, lo cual le permitió formar gobierno.
A pesar de las permanentes y sistemáticas violaciones de los derechos humanos cometidos por el Gobierno Turco, la Unión Europea guarda silencio. Turquía se ha transformado en un parche para enfrentar la “crisis de los refugiados”, pues a cambio de 6 mil millones de euros y de una promesa de ingresar a la Unión Europea, está recibiendo a los inmigrantes que Europa no quiere recibir. Mientras esta situación se mantenga, la Comunidad Internacional seguirá siendo cómplice de Erdogan. A esto se suma el reciente apoyo que pueden tener de Rusia luego de pedirles disculpas por derribarles un avión en Siria y el restablecimiento de relaciones con Israel, luego de haberlas interrumpido en 2005, rompiendo con la tradición de apoyo de Turquía a Israel que se remonta desde el reconocimiento de este último en 1949.
¿Y qué hay después del golpe?
El golpe de Estado realizado la semana pasada es un síntoma de la crisis política que vive Turquía. Un movimiento popular kurdo y turco en alza; un sector militarista laico en contra de la progresiva islamización de la sociedad y un rechazo a las políticas de apoyo al ISIS y a la Guerra Civil en Siria.
Aún no existe un responsable claro del Golpe de Estado. Algunos apuntaban a las fuerzas militaristas secularistas quienes pretendían mantener el Estado Laico y Autoritario instaurado por Ataturk, mientras que Erdogan y el AKP acusan como principal instigador del golpe a Fetullah Güllen y a un sector islamista neoliberal más radicalizado. Otros inclusive han dejado entrever que se trataría de un “auto-golpe”. Lo cierto es que todas las fuerzas institucionales con presencia en el Parlamento turco condenaron el golpe, incluyendo al Partido pro-kurdo y al Partido Republicano (herederos de Ataturk).
Más allá del responsable directo del Golpe, lo cierto es que Erdogan intentará llevar adelante su reforma constitucional en busca de mayores poderes como Presidente, considerando que puede reelegirse en 2019 por cinco años más. Asimismo, el discurso pro seguridad nacional y unidad de Turquía le hará extender las purgas no sólo para eliminar a los golpistas del Ejército y del Poder Judicial, sino también para intensificar su represión y prisión a los medios de comunicación, a sus críticos políticos y en especial, a las organizaciones del campo popular y al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y el Movimiento Unido Revolucionario de los Pueblos (HBDH), creado en marzo de 2016.
El conflicto actual no puede reducirse a una elección entre el autoritarismo islámico de Erdogan, quien busca transformarse en el nuevo Sultán (o Califa, considerando la islamización de la sociedad turca que ha impulsado) de Turquía y rememorar los tiempos del Imperio Otomano de concentración política y religiosa, y los resabios de autoritarismo laico de sectores del Ejército “herederos de Ataturk”. Ni entre el islamismo más “moderado” de Erdogan frente a un islamismo más “radical” (a lo menos más activo políticamente) de Fetullah Güllen. Ni golpistas ni fascistas electos “democráticamente”. Frente a una democracia de papel defendida para un Erdogan que busca aumentar su poder, el movimiento popular turco y kurdo debe consolidarse como una alternativa política que construye sin intrigas de golpe de Estado. Frente a la “crisis de Medio Oriente” y la crisis de los Estado-Nación, construidos durante el periodo de entreguerras mundiales, el Confederalismo Democrático toma fuerza como una alternativa política de los pueblos.