Con la excepción del pequeño sector que dice representar la conducción de la CUT, el carácter y sentido de la reforma sindical son claros para el grueso de los trabajadores del país: El Plan Laboral sigue vivo y goza de excelente estado de salud. Ese es uno de los balances ineludibles tras la conmemoración de este primero de mayo, a poco más de un año de tramitación de la gran reforma laboral prometida por la Nueva Mayoría.
¿Qué ocurrió en estos 16 meses de tramitación?
Los dardos que apuntan al rol claudicante de la Central Unitaria de Trabajadores, abundan. Y por cierto, no están errados. Ante el oligopolio de los medios de comunicación, la vocería de la multisindical es el interlocutor predilecto de los gremios patronales. Su fuerza movilizadora, sostenida fundamentalmente por los gremios de empleados fiscales y de profesores, le brindan una caja de resonancia que ha permitido sobre todo a sus últimas dos presidencias operar con relativa holgura como correa transmisora de las directrices de la Concertación y la Nueva Mayoría, sumándose de este modo a la política de dispersión y subyugación de la organización de la clase trabajadora.
Pero si una vez más se ha legislado contra los intereses de la clase trabajadora no se debe exclusivamente a una conducción omnipotente de la CUT ni al camaleónico gobierno de Bachelet.
Al respecto, es preciso preguntarse por el verdadero peso específico de la CUT más allá del rol que le asigna la patronal en la estrecha escena política nacional. Ni los cálculos más positivos estiman que la otrora “maciza como el acero” represente siquiera formalmente a más de la mitad de la pequeña franja de trabajadores sindicalizados del país. Como decíamos, su columna vertebral son dos gremios que están lejos de ser representativos de la clase trabajadora y que por lo demás se bastan así mismos para defender sus propios intereses. Tampoco ha desempeñado ningún papel importante en las luchas más significativas de la última década, las que muy lejos de ello han sido encabezadas por sectores de trabajadores que han comprendido que la fuerza de su organización y su rol en la economía nacional les permite sortear las ataduras de la legislación laboral.
Esta nueva fuerza que han traído las y los trabajadores de los denominados “’sectores estratégicos’’ a la cabeza del llamado “nuevo sindicalismo” tiene importantes lecciones que aprender aún para consolidarse como una alternativa real para la mayoría del pueblo chileno. Especial atención se debería prestar a la experiencia vivida por el movimiento estudiantil, cuyas principales fuerzas políticas han apostado de forma sistemática desde fines del 2011 por volcar la movilización popular en espacios de co-legislación con los mismos peones del empresariado que hoy hacen fila en fiscalía y tribunales. La estrategia del lobby, de los resquicios legales y de los operadores que se observó también al inicio de la reforma laboral sólo ha traído derrota, desgaste y dispersión para estas franjas de pueblo organizado.
Frente a dicha encrucijada, la respuesta siempre estará en la historia y experiencia de los propios trabajadores y trabajadoras. No ha sido entre estrechas cuatro paredes, ni en reuniones con trasnochados operadores donde el nuevo sindicalismo ha tenido sus jornadas más gloriosas, por el contrario ha sido la movilización, a lucha y la calle el hábitat indicado para el desarrollo de las potencialidades de esta nuevo movimiento sindical. No ha sido hablando hacia los corruptos de donde este movimiento se ha hecho fuerte y ha cobrado credibilidad, sino proyectándose desde las prácticas reales por lograr mejores condiciones a sus propios compañeros y compañeras de trabajo, a sus familias, a sus barrios. No son el lobby ni los operadores los que han traído las victorias y conquistas del nuevo sindicalismo, sino la organización horizontal y democrática, la unidad en la lucha, la solidaridad entre los trabajadores y la valentía para enfrentar a la patronal.
Esto no significa desentenderse de los procesos y disputas que se juegan en el espacio institucional. Es necesario, como ha sido antes en la historia de los trabajadores, que el movimiento sindical sepa transitar dentro y fuera de la ley. La cuestión es entender que las transformaciones a nivel legal son la consecuencia de la fuerza y organización de los propios trabajadores, y no al revés. No es haciéndose parte de la farsa republicana y sus lógicas como se fortalece al movimiento sindical, por el contrario, es sólo fortaleciendo sus dinámicas propias nacidas en los contextos de resistencia, lucha y ofensiva de los últimos años en que se entrega un marco para el desarrollo del poder hasta ahora limitado de los trabajadores y trabajadoras de Chile.
El entreguismo actual de la CUT sólo será superado cuando en el seno del pueblo habite una corriente independiente de trabajadores y trabajadoras capaz de organizarse no sólo para sí; un movimiento sindical capaz de vincularse no sólo entre sindicatos, sino para la clase en su conjunto con todas las luchas de las y los de abajo. Un movimiento sindical que enfrente también la precarización laboral, la explotación de la mujer y el migrante, la destrucción salvaje de nuestro ecosistema. Un nuevo sindicalismo que se piense también desde los barrios donde habita la clase, lugar último de resistencia donde sindicalizados y la amplía mayoría de la clase trabajadora pueden darse la mano.
La construcción de esta corriente no depende de si la nueva Central Única nacerá de las entrañas mismas de la CUT o lo hará desde afuera, como algunos ya se apuran a debatir. La izquierda que pretenda ser una fuerza política de la clase tiene hoy la tarea ineludible de valorizar la experiencia acumulada en estos años de lucha. Antes que pensar en una nueva Central, se requiere repensar las viejas estructuras y prácticas que acompañaron al sindicalismo del Estado nacional desarrollista y caracterizar de forma precisa las particularidades regionales, locales y sectoriales de la clase trabajadora. Antes que criticar la burocracia de la CUT, urge consolidar nuevas prácticas democráticas y feministas en los lugares de trabajo y en las organizaciones de base. Antes que proyectar nuevas vocerías nacionales, la coyuntura nos demanda formar mil y un liderazgos de nuevo tipo.
Para que no pasen nuevas reformas laborales como la que hemos visto aprobar este último año, se requiere en definitiva pensar un movimiento de trabajadores y trabajadoras independiente, clasista, autónomo antes que en las estructuras nacionales que lo contengan en el futuro. La tarea es urgente, pero para ella no hay atajos posibles.